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Capítulo 2: Propuesta

El corazón se me detuvo por un segundo. La figura era alta, con hombros anchos que llenaban el marco de la puerta. A medida que se adentraba en el taller, la luz del sol lo iluminó por completo, revelando a un hombre con un traje impecable que parecía hecho a medida. No era uno de los típicos repartidores ni mucho menos un cliente, su presencia era demasiado elegante, demasiado segura. Llevaba el cabello castaño peinado hacia atrás y una barba de tres días que solo acentuaba una mandíbula fuerte y un aire de autoridad. Mis ojos se encontraron con los suyos, que tenían un matiz intenso y una profundidad que no pude descifrar de inmediato. Era él. Dumas Laurent. El nombre se agolpó en mis pensamientos, un golpe en la boca del estómago.

Y de repente, el tiempo se detuvo. ¿Qué hacía él aquí?

Layla, quien estaba al otro lado del taller ordenando una estantería de bobinas de hilo, se detuvo, sus ojos se abrieron de par en par. Su sonrisa se ensanchó de inmediato, una reacción que me pareció sospechosa y me hizo tensar.

—Oh, hola señor Laurent—dijo Layla con una emoción que no le correspondía a un encuentro con un extraño. Sobre todo, este extraño.

—Señorita Layla, es un placer verla de nuevo.—le dijo con amabilidad a Layla. La voz de Dumas era firme y grave, con una calidez que me desarmó un poco. Su mirada se movió de Layla al vestido que estaba sobre el maniquí, deteniéndose en los detalles del encaje con una admiración genuina. 

Me quedé en silencio, mi mente tratando de procesar el hecho de que él estuviera allí, en mi taller. ¿Cómo había encontrado mi taller? ¿Y por qué se tomó la molestia de venir en persona? El nudo en mi estómago se apretó, una mezcla de pánico y un inesperado orgullo.

—Layla, ¿tú…?—murmuré, mi voz casi inaudible.

Layla se acercó, moviéndose con esa energía de colibrí que la caracterizaba. Parecía que tenía ganas de salir corriendo a gritar por la calle.

—Aina, consulte una cita con el señor Laurent, vi que estaban solicitando nuevos diseñadores y pensé inmediatamente en ti— dijo en voz baja, pero con una mirada suplicante—. Tenía que hacerlo. Su asistente me llamó y me dijo que querían agendar una reunión. Se lo dije a Dumas, y él, al no poder contactarte, decidió venir a conocerte en persona y no perder el tiempo. Pensé que sería la forma más fácil y rápida de que no pudieras escapar.

Mis ojos se posaron en ella, y por un momento la quise estrangular. Ella lo sabía. Sabía que yo no lo habría hecho, que mi cobardía me habría impedido llamar. Mi escudo de sarcasmo y amargura se sintió inútil bajo la mirada de Dumas, un hombre que parecía entender con solo una mirada la complicada red de mis emociones.

Dumas se acercó con pasos decididos, pero con una cortesía que no esperaba. Dejó su portafolio sobre una mesa de corte y, sin tocar nada, se paró a una distancia respetuosa.

—Layla me ha hablado mucho de su talento, de su pasión por la moda, y de la dificultad que afronta para mantener el taller a flote— dijo. Me sobresalté al notar que él era mucho más alto de lo que pensé y de lo que recordaba. —La admiro por su tenacidad. No es fácil luchar contra un mercado que prefiere lo barato y rápido sobre la calidad y el arte.

Sus palabras me golpearon con la fuerza de un puñetazo, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí vista. No como un negocio en apuros, sino como una artista. Sentí que se disipaba el sarcasmo que tanto me había protegido en el pasado.

—Escuche, Dumas— comencé, mi voz aún insegura —, aprecio su interés, pero...

—No quiero comprar el taller, Aina— me interrumpió con una sonrisa, como si leyera mis pensamientos más profundos. —Mi empresa, Laurent Designs, busca talentos únicos, con una visión que se sale del molde, con un amor por el detalle. Y usted, señorita Castelo, tiene esa visión. He visto su trabajo, no solo en su portafolio, sino en el vestido que acaba de terminar. Es un trabajo a mano, con un encanto único.

¿Por qué de repente hace tanto calor aquí?

—Quiero ofrecerle una colaboración— continuó Dumas, su voz más baja y seria. —Un proyecto de edición limitada que le permitirá conservar su visión y su taller. Necesito a alguien que entienda el arte de la moda como usted, no la producción masiva, si no el arte de la costura.

Un momento ¿que dijo? La propuesta me dejó sin palabras, mi mente luchando para procesar lo que acababa de escuchar. ¿Un proyecto de Dumas Laurent? ¿Con su nombre y el mío en la etiqueta? Era un sueño, una oportunidad que me permitiría mantener mi taller y mi independencia, al tiempo que me daba la estabilidad y el reconocimiento que necesitaba. Aún así, mis viejos miedos se agitaron.

—¿Por que quiere que sea yo?— pregunté, la desconfianza asomándose en mis palabras, la cara de Lucas apareció en mi mente. —Hay miles de diseñadores por ahí que tienen mucho más que ofrecer.

Dumas se acercó un poco más, su mirada era intensa y sincera. —Porque su trabajo tiene un alma, Aina. Eso es algo que el dinero no puede comprar, y la industria lo ha perdido. Quiero ayudarla a recuperar esa esencia.

—Layla ¿podrías darnos un momento a solas?— pregunté a mi amiga, aun manteniendo la mirada de Dumas con la mía. Layla parecía desear irse porque desapareció en un periquete.

—Entonces ¿qué dice, señorita Castelo?¿O debería decirte Aina?—preguntó Dumas con un tono de voz firme y con su mirada inquisitiva.

—Si te acuerdas de mí—dije en voz baja.

—Por supuesto, saliste de mi apartamento como un ladrón después de pasar una noche que no olvido—Dumas se acercó más hacia donde estaba clavada en el piso, mientras más se acercaba sentía la necesidad de acortar la distancia aún más.—Fue una sorpresa saber que en realidad eras una diseñadora y que de paso, eras dueña de un taller, esa noche hablamos de mucho pero no revelaste nada de ti, solo tu pasión por la moda y tu nombre, sin apellido, te he buscado desde ese día.

—¿Po…Por que a mi?—Mis rodillas amenazaban en fallarme, Dumas estaba aún más cerca.

—Quería conocerte más—estaba tan cerca que ya no era necesario hablar en voz alta, su voz baja me llegó hasta los huesos—Debo admitir que me dolió saber que te habías ido sin siquiera decir adiós, te busqué y por obra del destino, aquí estamos.

—¿Qué quieres?—preguntó nerviosa.

—A tí, tus diseños, tus ideas, toda tú, quiero que trabajes para mí—Sus ojos estaban fijos en los míos, mis manos hormigueaban y sentía una ganas intensas de tocarlo.

—Yo…—y sonó de nuevo la campana de mi tienda.

Sólo que ahora no era ningún extraño, era mi ex, parado en la puerta, viéndome a Dumas y a mi, su rostro se tornó en una expresión de haber visto un fantasma.

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