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Capítulo 4: Decisión

—Acepto— dije, mi voz se hizo más fuerte. —Acepto ser tu empleada, y acepto tu ayuda.

Mi corazón latía con una nueva fuerza, una que no había sentido en mucho tiempo. Era una mezcla de alivio, terror y una esperanza tan brillante que me asustaba, eran tantas emociones juntas que me sentí mareada. Dumas sonrió, y no era una sonrisa de triunfo, sino una de genuina satisfacción. Su mano, cálida y firme, se sintió como un ancla en medio de la tormenta que acababa de vivir. Él me miró por un momento, sus ojos escanearon mi rostro, buscando quizás algún rastro de la vulnerabilidad que había demostrado. Se giró, buscando en su portafolio que se encontraba en la mesa de corte y se lo puso debajo del brazo.

—Sabía que dirías que sí— dijo, su voz con un tono que mezclaba la seguridad con una ternura inesperada. Se acercó a mí, y mi cuerpo se tensó por un momento. Sacó de su bolsillo interior una tarjeta de presentación y me la ofreció. Su mano rozó la mía, y la sensación fue como un chispazo que recorrió mi piel. —Esta es mi información personal. Llámame en cualquier momento si necesitas algo.

El peso de la tarjeta en mi mano era más allá que un simple papel; era una promesa, una declaración. Dumas me miró a los ojos, su mirada era intensa, y sentí que no solo me ofrecía un trabajo, sino algo mucho más grande, algo que no podía descifrar. La seguridad que emanaba era embriagadora, agua fresca después de tener mi alma en llamas luego de experimentar algo que ninguna mujer le deseo lo que lo experimente.

—También quiero que sepas que me reuniré contigo el lunes siguiente— continuó, su voz era un canto que me hizo temblar. —Allí hablaremos en detalle de tus roles, de lo que puedes aportar a la compañía y de lo que yo puedo ofrecerte. Pero Aina…—Su voz se hizo más grave, y su mano, aún sosteniendo la mía, acarició suavemente el dorso de mis dedos, un gesto que me robó el aliento. —Te perdono por haberte ido aquella vez sin avisar. Fue una noche que no olvidaré, me hiciste pensar que había cometido un error, que solo fue un pasatiempo para ti. Pero no te voy a dejar ir tan fácilmente esta vez.

Sus palabras me golpearon con la fuerza de una ola, dejándome sin aire. La arrogancia en su tono era palpable, pero no me molestaba. Por el contrario, sentía una extraña adrenalina en el cuerpo, una emoción que me hacía sentir viva. Él no me estaba juzgando, sino desafiando a superar mi propio miedo. Sentí que me sonrojaba de los pies a la cabeza. ¿Qué clase de hombre era este que podía hacerme sentir tan vulnerable y a la vez tan segura en cuestión de segundos? 

—Te busqué, Aina. Por todas partes. Llamé a todos los diseñadores que conocía, preguntando por ti, por una mujer que me había robado el corazón en una noche y se había ido sin dejar rastro. Me sentí como un tonto, pero no me importó. Y ahora que te he encontrado, no te dejaré ir. Y no puedo esperar para trabajar contigo.

Las palabras flotaban en el aire entre nosotros, un hilo invisible que nos unía. Intenté encontrar mi voz, mi mente intentando procesar lo que acababa de escuchar. Había pasado de ser una costurera en apuros a ser la socia de un magnate de la moda, y todo en cuestión de minutos. Sentía que mi vida entera había dado un vuelco, que estaba en un sueño del que no quería despertar.

Mi boca se abrió para responder. Quería decirle que no se había equivocado al buscarme, que yo también recordaba esa noche con la misma intensidad. Quería decirle que sentía que por fin mi vida estaba tomando el rumbo que yo siempre había soñado, que mi corazón, aunque estaba destrozado, tenía la esperanza de que podía ser arreglado, que Dumas podía repararlo, pero él era demasiado rápido. Él dio un paso hacia atrás, sin soltar mi mano, y me sonrió con una sonrisa que me hizo olvidar mi nombre.

—Aina, nos vemos el lunes.

Y con eso, se dio la vuelta y se alejó. Su mano se deslizó fuera de la mía, el contacto se rompió, dejándome con un frío inexplicable en mi piel. Observé cómo se marchaba, su figura se hizo más pequeña hasta que la puerta del taller se cerró detrás de él con un suave tintineo de la campana.

Me quedé allí parada, la tarjeta de Dumas en mi mano, mi mente en un torbellino de emociones. Mi corazón seguía latiendo con la misma fuerza que un tambor, mi cuerpo aún temblando por el miedo que me había causado Lucas, por la sorpresa que me había causado Dumas, y por la esperanza que se había encendido en mi pecho. 

La soledad, esa vieja amiga, regresó a mi taller, pero ahora venía acompañada por la presencia fantasmal de Dumas, la fragancia de su perfume, la calidez de su mano en la mía. Fui a la mesa donde había estado sentada todo el día. Vi el vestido de la cliente sobre el maniquí, sus hilos dorados parecían brillar más con la luz de la tarde. El recuerdo del puño de Lucas en mi mejilla volvió, pero esta vez, no me dolió. El dolor estaba cubierto por un nuevo sentimiento, el de la esperanza.

Y luego mi mente me recordó las palabras de Layla. "Aina, necesitas pagar la factura de los hilos antes de fin de mes, y el alquiler…" La incertidumbre flotaba de nuevo en el aire, pero esta vez, tenía una solución. Mis ojos se posaron en la tarjeta de Dumas, en su nombre, en su número. Sentí una ola de pánico, la misma que había sentido la noche en que me había ido de su apartamento sin decir nada. ¿Qué pasaría si lo llamaba? ¿Y si no contestaba? ¿Qué pasaría si se arrepintiera de la decisión de aceptar ser su empleada? Las preguntas se amontonaban en mi mente, una y otra vez.

Volví a mi silla, sintiéndome agotada y abrumada por la montaña rusa de emociones. Me quedé un momento, simplemente respirando, tratando de recuperar mi equilibrio. Justo cuando comenzaba a sentir el peso de la soledad de nuevo, la campana de la puerta sonó con un alegre tintineo, y la figura familiar de Layla entró, con una bolsa de papel en la mano.

—¡Volví! Y te traje tu almuerzo favorito, un sándwich de pavo con queso y aguacate— dijo, con su voz que era como una melodía de alegría. Se detuvo cuando vio la expresión en mi rostro. —¿Aina? ¿Qué pasó? Te ves como si hubieras visto un fantasma. 

Cerré los ojos por un segundo, y cuando los abrí, mi boca se curvó en una sonrisa. La sonrisa me salió natural, sin forzar. La sonrisa de alguien que está agradecida, que tiene a alguien que se preocupa por ella. —Nada, es solo que… tuve un día difícil— dije. 

Mi mente me trajo el recuerdo de Lucas, pero decidí que por ahora, no valía la pena contarlo. Layla se acercó, y me dio la bolsa de papel. —Lo sé, por eso volví. Sentí que te había abandonado, y me arrepentí— me dijo, con una mirada de disculpa sincera. —Aina, la verdad, me siento tan mal. Por favor, perdóname por haberme metido en tu vida sin tu permiso, pero fue la única manera de que el señor Laurent viniera a verte.

Me reí. La risa se sentía extraña en mis labios, casi oxidada. —Layla, si no hubieras hecho eso, no sé qué habría pasado. Si no hubieras hecho eso, nunca me habría atrevido a llamarlo. Ahora, el señor Laurent se ha ofrecido a trabajar con nosotras, a ayudarnos a salir de este problema.

 La cara de Layla se iluminó. —¿De verdad? ¿Un proyecto de edición limitada? ¿Y no vas a tener que rendirte y ser la empleada de alguien más? 

Negué con la cabeza, sonriendo. 

—Sí, quiere que nos veamos el próximo lunes y me dirá todos los detalles del trabajo.

—¡Eso es increíble! ¡Eso es un sueño! ¡Sabía que lo harías! ¡Sabía que él vería lo especial que eres!— Layla me abrazó con la fuerza de un oso. 

—Layla, me estás aplastando.

 Me soltó, y sus ojos se llenaron de lágrimas de emoción. 

—Este es el comienzo de algo nuevo para nosotras, Aina. Un nuevo comienzo.

Nos sentamos en la mesa de corte, y comimos nuestros sándwiches. Layla me contó sobre su día, y yo le conté de la propuesta de Dumas, sin mencionar el encuentro con Lucas. Le conté de la reunión del lunes, de la emoción que me embargaba, de la sensación de que, por primera vez en mucho tiempo, tenía un futuro.

 —Aina, ahora que eres socia del señor Laurent, tenemos que terminar ese vestido. ¡Imagínate que él lo vea! Asentí con la cabeza. 

—Tienes razón. Terminemos esto, y llamaremos al cliente para que lo recoja. Con ese dinero podremos pagar la factura de los hilos y el alquiler.

Las dos nos pusimos a trabajar con una nueva energía. La incertidumbre del futuro era un fantasma que ya no nos asustaba. La esperanza de un nuevo comienzo era la fuerza que nos movía. Cada puntada era un paso hacia adelante. El encaje del vestido, que antes me había parecido una carga, ahora era una joya que cosía con una precisión casi obsesiva. Layla, por su parte, se encargó de los últimos detalles, los botones, los cierres, el forro. La música de la radio se mezclaba con el zumbido de nuestras máquinas de coser, y el ambiente en el taller se llenó de una sensación de paz que no había sentido en mucho tiempo.

Cuando terminamos, el vestido era una obra de arte. Los hilos dorados, el encaje, la caída de la tela… era perfecto. Con cuidado, lo desprendemos del maniquí, y lo doblamos. Layla sacó una caja de la estantería, y la forró con papel de seda blanco. 

—Para que no se arruine— dijo, sonriendo. Puse el vestido en la caja, y Layla lo cubrió con papel de seda. —Aina, este vestido es un sueño. La cliente se va a enamorar— me dijo. 

Asentí con la cabeza. Sabía que tenía razón. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí orgullosa de mi trabajo. 

—Ahora, a llamar a la cliente.

Tomé el teléfono, y marqué el número de la señora Gómez. —Hola, señora Gómez, soy Aina. Le llamó para decirle que su vestido está listo. 

La voz de la señora Gómez era de emoción. 

—¡Aina, qué alegría! No sabes la emoción que tengo. ¿Puedo ir a buscarlo mañana por la mañana?

 —Claro que sí— le dije, sonriendo. —Estaré aquí esperándola. Colgué el teléfono, y Layla me abrazó de nuevo. 

—Aina, con este dinero, podremos sobrevivir un mes más. Y el lunes… el lunes todo cambiará.

Asentí con la cabeza, mis ojos en la tarjeta de Dumas que tenía en mi bolsillo. El lunes sería el comienzo de una nueva vida. No solo para mi negocio, sino para mí. Me sentía ansiosa por ver lo que el futuro me depararía. Miré a Layla, quien tenía una sonrisa radiante en la cara, y le devolví la sonrisa. Por primera vez en tres años, no me sentí sola.

Mi corazón ya no latía como un tambor de guerra, sino con el ritmo de una nueva y emocionante melodía. El miedo a Lucas seguía allí, una sombra en el fondo de mi mente, pero estaba cubierto por la brillante esperanza de un nuevo comienzo. El lunes sería mi primer paso, mi primer paso hacia adelante, hacia un futuro que no incluía a Lucas, ni la amargura de un pasado doloroso, solo un nuevo camino lleno de posibilidades, donde yo era la dueña de mi propio destino.

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