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Capítulo 7: Sorpresa

Mi corazón se aceleró, el pánico se apoderó de mi cuerpo. Me di la vuelta, y me escondí detrás de una pareja que pasaba a mi lado, mi corazón latiendo con la fuerza de un tambor de guerra. Miré de reojo, y Lucas aún estaba allí, sus ojos fijos en el lugar donde yo estaba. El miedo me invadió, un miedo tan profundo que me hizo temblar. No quería que me viera, no quería que supiera que había estado allí, no quería que me hiciera más daño. Sentía su mirada como un peso en mi espalda, un depredador que me acechaba en la jungla de asfalto.

Mantuve la cabeza baja, mi mirada fija en el suelo, y me moví con pasos inseguros. Me escabullí entre las personas, mi cuerpo se ajustaba a los huecos entre las figuras, moviéndome como un fantasma en una multitud. La gente en la calle parecía un laberinto, una masa de personas que me daban una oportunidad para huir, para escapar de mi pasado. Me movía con una rapidez que no me pertenecía, mis ojos fijos en la calle, mi corazón en un puño. No me detuve a mirar a nadie, no me detuve a pensar. Solo quería escapar, escapar de Lucas, escapar de mi pasado.

De repente, me detuve de golpe. Mi cuerpo chocó con algo, o más bien, con alguien, y mi cabeza se levantó. Me encontré frente a un hombre alto, con una sonrisa amable en su rostro. Sus ojos, de un color azul verdoso, me miraron, y su expresión de preocupación me hizo sentir que mi pánico era tan palpable que cualquiera podía notarlo.

—¿Te encuentras bien?—dijo, su voz tranquila y relajante—¿Tienes una cara de preocupación notable? ¿Acaso viste a un fantasma?

Me reí, una risa débil y vacilante. —Solo estoy escapando de uno—dije, mi voz era baja, casi inaudible. El hombre se rió por lo bajo, una risa sincera que resonó en el aire.

 —Esa es una forma graciosa de ver las cosas, y una que me gustaría que me explicaras. 

Sentí que mis mejillas se sonrojaban, el calor se apoderó de mi cuerpo. La vergüenza de haber sido descubierta en mi pánico era un sentimiento que no conocía. 

—Estoy agradecida de que hayas notado que me sentía mal—dije, mi voz con un tono más fuerte. —Espero que tengas un lindo día. 

Me di la vuelta para irme, pero su mano se posó en mi hombro, un gesto que me detuvo. 

—Espera—dijo, su voz era de un tono de diversión. —¿A dónde vas? Aún no me has dicho tu nombre. 

—Aina Castelo—dije, mi voz con un tono más seguro. 

—Y el mío es Theodore—dijo, con una sonrisa. —Ahora que nos conocemos, ¿puedo ser tan atrevido como para invitarte a almorzar? No me gusta almorzar solo, y tú pareces una buena compañía.

El pánico se desvaneció, y una sensación de curiosidad se apoderó de mí. Era guapo, alto, y su carisma me hacía querer saber más de él. 

—Solo si pagas la cuenta—dije, con una sonrisa en mi rostro. Él se rió, su risa era de un tono cálido y agradable. 

—Por supuesto, señorita. Soy un caballero.

El restaurante de comida italiana era un lugar hermoso, con un aire de intimidad y calidez. La luz tenue, la música suave, el aroma a ajo y a tomate, me hicieron sentir en un lugar tranquilo, lejos del bullicio de la ciudad, lejos de mis problemas. Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, y pedimos dos platos de pasta. Hablamos de lo lindo que era el lugar, de lo bien que olía la comida, de lo bien que se sentía estar allí, lejos del ruido.

Coqueteamos, haciéndonos chistes tontos e intercambiando miradas coquetas. Me di cuenta de que él era un hombre que me hacía sentir bien, que me hacía sentir que no estaba sola, que no estaba rota. Y a pesar de que no me sentía atraída por él, su carisma me intrigaba. ¿Quién era este hombre, este desconocido que me hacía sentir tan bien, tan segura? Me contó una historia tonta sobre cómo se había equivocado de restaurante y había terminado en un lugar de comida china, pidiendo un plato de espagueti. Yo me reí, una risa fuerte y sincera que resonó en el lugar.

—¿A qué te dedicas, Theodore?—dije, con una sonrisa. Él sonrió, sus ojos brillaron. 

—Soy un arquitecto, pero mi pasión es la moda. Trabajo en la empresa de mi familia. ¿Y tú, Aina? ¿Qué haces? 

—Soy diseñadora de moda—dije, mi voz con un tono de orgullo. —Tengo mi propio taller de costura. 

—Impresionante, quiero ver que haces, si tienes tu propio taller debes ser buena en lo que haces.

Sonreí y lo miré con picardía, me mordí un poco el labio inferior y le pregunté:

—No me has dicho tu apellido, Theodore.

—Theodore Laurent— dijo con seguridad, tomando un poco de vino, mientras que yo me atragantaba con un pedazo de albóndiga ¿Él es familiar de Dumas?¿Primo muy lejano?¿Sobrino? No, Dumas no es tan viejo. Mi corazón se detuvo. ¿Su hermano? La intriga se apoderó de mí. Mi cerebro se aceleró, tratando de conectar los puntos. ¿El hombre que me había salvado, el hombre que me había dado una oportunidad, era el hermano de este hombre? La idea era tan inesperada que me hizo sentir que el mundo se me venía encima. 

—¿Qué pasa?¿Acaso conoces algún otro Laurent?—pregunto. Él sonrió, y sus ojos se posaron en mí. 

—Yo…—abrí mi boca para hablar pero no salieron palabras de ella, el mundo volvió a detenerse, el bullicio de la ciudad regresó, y mi corazón se aceleró. Dumas… Dumas… el nombre resonó en mi cabeza. 

Me sonrojé, que estaba a punto de responderle, fui interrumpida por una mano fuerte y estilizada que tomó el hombro de Theo. La mano era grande, con dedos largos y uñas bien cuidadas, una mano que yo reconocería en cualquier lugar. 

—Me conoce a mí, querido hermano—dijo una voz grave, una voz que me hizo temblar.

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