Capítulo 6: Shock

Me aparté de la puerta, mi cuerpo estaba tan tenso que sentía que mis extremidades eran de hierro, mientras la mujer misteriosa pasaba a mi lado, sus ojos, aún llenos de ira y tristeza, se posaron en mí por un segundo, su expresión era una mezcla de recelo y pena. 

—Espero que te sepas cuidar de él—dijo en voz alta, su voz era un susurro que me dio un escalofrío en la espalda. Su mirada se endureció cuando miró a Dumas, y luego se alejó, su figura desapareciendo por el pasillo. La frase resonó en mi mente. ¿Cuidarme de él? ¿El hombre que acababa de salvarme? La ironía no se me escapaba.

Miré a Dumas, mi corazón retumbando en mis oídos tan fuerte que tuve la necesidad de tocarlos para sentir que seguian allí sanos y salvos. Él estaba de pie, la mano que había sostenido la muñeca de la mujer ahora estaba en un puño, su rostro una mezcla de ira y dolor. Sus ojos, de un color castaño oscuro, me miraron, y sentí que la vergüenza me inundaba. 

—Lo siento, no era mi intención abrir así la puerta—dije, mi voz temblaba. —Solo que… Me preocupé cuando escuché el ruido.

Dumas suspiró, su cuerpo se relajó un poco, y me hizo un gesto con la mano para que me sentara. 

—No te preocupes, Aina—dijo, su voz más suave de lo que esperaba.—No pasa nada, siéntate, por favor.

Me senté en una de las sillas que estaban frente a su escritorio, mi mente iba a mil kilómetros de velocidad. La mesa, una mesa de madera oscura, era de un diseño elegante y minimalista. En la mesa había una computadora, un portafolio de cuero, una pluma de plata, y algunas hojas de papel en un portapapeles. Todo estaba perfecto, todo estaba en su lugar.

Dumas se dirigió a un baño que había dentro de su oficina, y se mojó la cara. Su silueta detrás de la puerta de cristal me hizo sentir más nerviosa. Mi mente se inundó de preguntas. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué había pasado entre ellos? ¿Y qué significaba esa advertencia? La desconfianza, ese sentimiento que tanto me había protegido en el pasado, se apoderó de mí, haciéndome sentir que tal vez la propuesta de Dumas no era tan buena como parecía.

Él regresó a la oficina, un poco más tranquilo, su cabello húmedo. Se sentó en su silla, y me miró con una expresión que era una mezcla de amabilidad y seriedad.

 —Sé que esto es extraño, Aina, y que te puedes sentir un poco nerviosa, pero no te preocupes por lo que acaba de pasar. No es tu asunto, y no debe serlo. Lo que sí es tu asunto, es el trabajo que tenemos que hacer. 

Sus palabras fueron como un balde de agua fría, sacándome de mis pensamientos. Era un profesional, y esperaba que yo lo fuera también. 

—¿De qué tipo de trabajo estamos hablando, señor Laurent?—dije, mi voz con un tono más profesional.

Una sonrisa asomó en su rostro, pero rápidamente la contuvo. 

—Por favor, llámame Dumas. Como dije en tu taller, quiero que seas la líder de una línea de ropa casual que tengo planeado sacar pronto. Y como es tiempo de primavera, quiero comenzar con pequeños proyectos para ir adaptándonos el uno al otro. 

Sacó unas cuantas hojas de su portafolio, y me las ofreció. Eran bocetos de una línea de ropa casual para hombres y mujeres, pero los bocetos no estaban completos, eran solo ideas, un lienzo en blanco esperando por el color. 

—Quiero que comiences a trabajar en esto, desde ya. Quiero que diseñes una colección completa, con tu propia visión y tu propio estilo. Yo me encargaré de todo, de la producción, de las ventas, de la promoción. 

Mis ojos se abrieron de par en par. La propuesta era un sueño hecho realidad. No solo me estaba dando la oportunidad de trabajar en un proyecto grande, sino que también me estaba dando la libertad de ser yo misma.

—¿Y cuándo quiere que empiece?—dije, mi voz con un tono de emoción que no pude ocultar.

 —Ahora mismo.

Mi corazón dio un brinco. ¿Ahora mismo? La idea era tan inesperada que no pude evitar reír. Dumas se unió a mi risa. 

—Sí, ahora mismo. La moda no espera, Aina. Y tu talento tampoco.

Se puso de pie, y me hizo un gesto con la mano para que lo siguiera. 

—Ven, quiero mostrarte tu lugar de trabajo.

Salimos de la oficina, y entramos a un pasillo lleno de cubículos. El lugar era enorme, lleno de gente trabajando en sus computadoras, sus bocetos, sus proyectos. Todos parecían tan concentrados que ni siquiera notaron nuestra presencia. Sentí que me sonrojaba de la cabeza a los pies. Era un mundo completamente diferente al mío, lleno de gente, de ruido, de energía.

—Este es el corazón de la empresa, Aina—dijo, en voz baja. —Aquí, las ideas se convierten en realidad.

Finalmente, se detuvo en un pasillo que conducía a un lugar que parecía más tranquilo. La puerta se abrió, y me encontré en un taller de costura, con máquinas de coser, mesas de corte, maniquíes. Era un lugar mágico, un lugar que se parecía a mi propio taller, pero a una escala mucho mayor. Las telas, de mil colores, colgaban en las paredes, y el olor a tela nueva impregnaba cada rincón. 

—Este será tu taller, Aina—dijo, su voz era de un orgullo que no pude ignorar. —Aquí, en este lugar, podrás crear, podrás ser tú misma. 

Me acerqué a un maniquí, y mi mano lo acarició. Algo tuve que hacer bien esta vida para que me pueda pasar esto tan maravilloso.

—Puedes trabajar en tus bocetos y en tus ideas para la línea de ropa. El viernes, quiero que me presentes una cantidad considerable de bocetos y propuestas. No quiero solo ideas, quiero algo tangible. Sus palabras eran claras, concisas, y directas.

 Era un hombre de negocios, que sabía lo que quería. Y lo que él quería, era mi talento. La forma en que me lo dijo, me hizo sentir que él creía en mí, que él creía en mi visión.

Pasamos las siguientes horas hablando de nuestros intereses, de lo que queríamos plasmar en la colección. Hablamos de la importancia de la moda como arte, de la forma en que un vestido puede contar una historia. Hablamos de la gente, de sus gustos, de sus necesidades. Y a cada momento que pasaba, me daba cuenta de que él era más que un empresario, era un artista, un hombre con una visión.

El tiempo voló, y cuando me di cuenta, ya era la una de la tarde. Él me miró con una sonrisa, sus ojos brillaban con una luz de admiración. 

—Ha sido un placer, Aina—dijo. —Te veo el viernes, no olvides tus bocetos y tus ideas. Hasta luego, señorita Castelo.

Me sentí un poco desilusionada, esperaba un poco de coqueteo de su parte. Pero al mismo tiempo, me sentí aliviada. Él estaba siendo profesional, respetuoso, y eso me hacía sentir segura. Me despedí con una sonrisa, y salí de la oficina, mi corazón lleno de esperanza.

Salí del edificio, el sol de la tarde era radiante, y la gente en la calle se veía diferente. Por primera vez, no sentí que estaba sola, no sentí que estaba en un laberinto. Sentí que tenía un futuro, un futuro que no incluía a Lucas ni a las facturas, un futuro que incluía a Dumas y a mi arte.

En la esquina, mi corazón se detuvo. Lucas, mi ex, estaba allí. Ya no llevaba el mismo atuendo de días anteriores. Vestía un traje de un gris impecable, su corbata de seda un toque de azul brillante. Su cabello, perfectamente peinado, reflejaba la luz del sol. Me miró, y su rostro, que el día anterior había sido una máscara de rabia, ahora estaba en shock, al igual que el mío. El mundo pareció detenerse, y el bullicio de la ciudad se desvaneció, dejando solo el silencio de dos personas que se miraban con sorpresa. Ambos estábamos estupefactos, yo por su elegante y formal presencia y él por verme salir del edificio de Dumas, el hombre al que había intentado agredir hace tan solo un día.

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