El aire se cortó con su presencia. Lucas. El fantasma de mi pasado, la razón de mis peores pesadillas, parado en el umbral de mi santuario. Mi cuerpo se puso rígido al instante, mis manos se bajaron de las de Dumas, rompiendo el hechizo que nos rodeaba. Dumas, con una rapidez sorprendente, se alejó un paso, su expresión de calidez y cercanía fue reemplazada por una de alerta. Mis ojos, que segundos antes habían estado fijos en los de Dumas, ahora estaban clavados en la figura de Lucas, su mandíbula apretada, sus ojos oscuros llenos de una furia familiar y peligrosa, mi corazón comenzó a latir tan fuerte que por un momento me preocupe que todos pudieran escucharlo. —Aina, ¿qué está pasando aquí? ¿Quién es él?— Su voz era grave, su tono posesivo. Era el mismo tono que había usado durante el tiempo que estuvimos juntos. Me hizo retroceder, el impulso de esconderme detrás de Dumas fue instantáneo. —Lucas, esto no es asunto tuyo— dije, mi voz más firme de lo que esperaba. Mi cuerpo, sin
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