El sol de la tarde se filtraba por las ventanas de mi taller, iluminando todo mi taller, era una imagen muy romántica si no fuese porque lo único romántico que me había pasado era que dos hermanos me coquetearan al mismo tiempo. El lugar, que antes me había parecido un santuario, ahora se sentía como un hervidero de actividad. El miércoles había llegado, y la promesa de Dumas de verme el viernes flotaba en el aire, una presencia invisible pero palpable. Me sentía ansiosa y un poco abrumada.Estaba entregando el vestido que había hecho para la clienta. El vestido, que antes me había parecido una carga, ahora se sentía como un triunfo, una prueba de mi talento. La clienta, una mujer alta y elegante, lo miraba con admiración, sus ojos brillando con una luz de asombro.—Aina, es perfecto—dijo, su voz un susurro de admiración. —No podría haber imaginado un vestido más hermoso. Layla, a mi lado, sonreía, su rostro lleno de orgullo. —Te lo dije—dijo, con una sonrisa. —Aina es un genio, señ
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