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Patrones del amor
Patrones del amor
Por: Carolina Velasco
Capítulo 1: Reencuentro

Los días se me pasan uno a uno en la monotonía de mi taller, unos más lentos, otras un poco más rápidos por todo el trabajo que hay que hacer, sin embargo, hoy es un día lento, tan aburrido como cualquier otro, el reloj de pared marcada la hora como una sentencia de no estar haciendo lo suficiente, siempre está adelantado unos minutos adelantado, marcaba la una en punto, ni un segundo más y ni un segundo menos. El taller estaba iluminado por los rayos del sol que parecían llegar a todos los rincones, le daba un toque de diversión a mi día. Ya era la hora de la comida, un respiro en la jornada de trabajo alrededor y apenas me había dado cuenta del hambre que tenía. 

La máquina de coser, mi fiel compañera, dejó escapar un último zumbido mientras le daba los últimos toques a la última manga de un vestido de fiesta color crema. Me dolían la espalda y los dedos, un dolor familiar el cual me recordaba todo lo que había que hacer para mantener mi sueño en la realidad y no en mi cabeza. Me estiré, desperezandome con un profundo suspiro, apreciando mi creación. Es un vestido sencillo, elegante, con detalles en encaje que yo misma había bordado, iba todo bien, si todo salía como tengo planeado, entregaría este trabajo lo antes posible.

—Aina—La voz de Layla llamándome fue lo que me sacó de mi ensoñación, Layla es mi mejor amiga, una chica pragmática, con una energía como la de un colibrí, ella hacia mis días más llevables. Su cabello rizado y castaño estaba recogido en una coleta alta, sus ojos vivaces y una sonrisa que raramente se desvanecía se dirigían hacia mí. Ella era mi polo opuesto: extrovertida, llena de vida, y una creyente empedernida del amor.

—Ay Layla, perdón, me olvidé por completo que tenemos que almorzar, ven, vamos a ver que ordenamos— le respondí, sin levantar la vista del vestido. —La cliente de la semana que viene pagará algunas facturas y me tiene la cabeza en otro lado.

—Deberías salir, Aina. Respirar otros aires, descansar tu mente y tu cuerpo. No puedes estar siempre aquí, ahogada entre todas estas telas y pinchandome con las agujas. -- Layla se acercó, apoyando su mano tibia en mi hombro, la miré a los ojos y esbocé una sonrisa cansada.

—Lo sé, tienes razón pero sabes que después de todo lo que hemos pasado, pretendo sacar este negocio de que quede en ruinas—tome su mano y la apreté un poco.

—Hay un festival de arte en la plaza el sábado,— insistió Layla, batiendo sus pestañas llenas de ilusión— Podrías ir a ver. Quizás conocer a alguien.—Solte una risa corta y sin alegría.

—Me encantaría pero conocer a alguien es un inconveniente porque mi mente está ocupada buscando maneras de no caer en la locura—¿Como pensar en alguien más si tenía a un hombre que no me podía sacar de la cabeza?—Quizas salga al festival, nos divertimos y despejamos la mente, tu y yo ¿qué te parece?

Me levanté de mi silla, sintiendo la necesidad de estirar las piernas. Caminé hacia los grandes ventanales, viendo el ajetreo de la calle, Layla tiene razón, tengo que salir, hacer otra cosa, siento que todos los días se me revuelve más los sesos pensando en él.

La música retumbaba en mis oídos, el calor de la gente y el olor a perfume barato y alcohol eran casi insoportables. Layla me había arrastrado a la fiesta de un amigo en común, asegurando que nada podía salir mal, si claro. Estaba parada en una esquina, con mi vaso de agua en la mano, una observadora silenciosa de la fiesta. Layla, por supuesto, ya estaba bailando, su risa se perdía en la multitud.

En ese momento, un hombre se acercó a mí, con una sonrisa fácil y una mirada coqueta que me resultaba demasiado familiar,  con este tipo de hombre que te dice que tu trabajo es increíble sin realmente saber nada de lo que haces. Estaba a punto de ponerme mi escudo de sarcasmo cuando una voz grave interrumpió la escena.

—Increible fiesta ¿no?—dijo la voz. Me giré para ver a un hombre alto y apuesto, con un traje perfectamente entallado, el cabello castaño peinado hacia atrás. Su mirada era una mezcla de curiosidad y un reto silencioso.

—Super, estoy pasando el mejor momento de mi vida —le respondí, mi voz más sarcástica que de costumbre.

Una risa baja y ronca escapó de sus labios. —Somos dos. Permíteme presentarme, soy Dumas Laurent. Y quiero decir que vi el vestido que llevas puesto, me parece impresionante. 

Me sorprendí, el vestido que llevaba era una de mis creaciones más recientes, un vestido de noche sencillo, su mirada no era de un hombre cualquiera, era la mirada de un experto. Sus ojos recorrieron el vestido, apreciando los detalles, el corte, la caída de la tela. Me sentí vulnerable, expuesta, pero también, por primera vez en mucho tiempo, genuinamente vista.

—Wow, gracias.

—Es un placer, vivo de la moda, no puedo dejar pasar un buen vestido cuando lo veo.

Luego de esa breve introducción, hablamos durante horas, alejados de la multitud, sobre telas, diseños, la muerte de la moda artesanal. Fue increíble, por primera vez un hombre no hablaba de cosas banales conmigo, su conversación me gustaba, se sentía cómoda y me daba un poco de curiosidad. Su pasión por la moda, su visión, era un espejo de la mía. La chispa que sentía no tenía nada que ver con lo que había sentido por otros, sobre todo mi ex, esta era más profunda, más electrizante. Era una conexión de alma a alma, de artista a artista.

Al final de la noche, nos encontramos en el balcón, la música y el bullicio de la fiesta se convirtieron en un murmullo lejano. Sus ojos me estudiaron, una mezcla de admiración y un anhelo que no supe descifrar. Sentí como sus manos se acercaban a mi cintura y respiraba lentamente cerca de mi cara.

—No me has dicho tu nombre— murmuró, su voz un susurro que me hizo temblar.

—Aina.

—Aina—dijo mi nombre como si fuese un hechizo porque lo siguiente que recuerdo, son mis brazos en sus hombros y fundiendome en un beso apasionado con él.

Y en ese momento, el mundo entero se desvaneció. No hubo palabras, solo una atracción irresistible que nos unió. Un beso apasionado y un encuentro fogoso que fue más allá de un simple encuentro, fue una conexión de almas que estaban sedientas. Fue una noche de pura magia, una noche donde olvidé todo el dolor, toda la soledad, toda la amargura. Por un breve instante, fui feliz de nuevo. Pero la mañana siguiente, la luz de la mañana me trajo de vuelta a la cruda realidad. El pánico se apoderó de mí, estaba en la cama de otro hombre. Todo volvió a mi mente, y me di cuenta de que había ido muy lejos. El miedo me invadió y me vestí, tomé mis cosas y salí del apartamento sin decir una palabra, dejando a Dumas en la cama, sin una nota, sin una explicación. Así era mejor, seguramente se olvidaría de mí y yo de él. O eso creía.

Nunca me olvidé de esa noche, de sus manos y como sentía que por fin tenía con quien hablar de todo, lo desperdicie por miedosa pero nunca quise reencontrarme con él, no era justo haberlo dejado allí sin ninguna explicación y hablarle sin más.

En ese momento, un sonido ajeno a mi rutina rompió la tranquilidad y la paz. La pequeña campana de la puerta del taller, esa que había ignorado durante semanas, sonó de manera inesperada. No era un cliente habitual, tampoco era una entrega. Era un sonido nuevo. Me giré, sintiendo un nudo en el estómago, teniendo un presentimiento que algo iba a pasar. La puerta, que casi nunca estaba abierta en la hora de la comida, se había abierto, y una figura desconocida se detuvo en el umbral, dejando la silueta bañada en la luz de la tarde, se veía extrañamente familiar.

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