La habitación estaba envuelta en una penumbra densa, donde las sombras bailaban con la tenue luz que se filtraba a través de las cortinas. Alexander y Emilia se encontraban frente a frente, cada uno sosteniendo la mirada del otro como si en ese intercambio silencioso pudieran descifrar sus miedos y deseos más profundos.
Sin mediar palabras, Alexander dio el primer paso, acortando la distancia entre ambos. Sus manos encontraron las de Emilia, sus dedos envolviendo los suyos con una mezcla de firmeza y delicadeza. Ella no retrocedió, aunque podía sentir cómo su corazón latía con una intensidad que la asustaba.
—Sabes que esto no nos llevará a ninguna parte, ¿verdad? —murmuró Emilia, su voz apenas un susurro cargado de vulnerabilidad.
Alexander no respondió de inmediato. En lugar de eso, llevó una de sus manos al rostro de ella, trazando el contorno de su mandíbula con el pulgar. Sus ojos, oscuros y profundos, la escrutaron con una intensidad casi insoportable.
—Tal vez no nos lleve a ni