La penumbra del apartamento de Emilia solo era interrumpida por el parpadeo de la luz de la calle, que entraba débilmente por las cortinas entreabiertas. Sentada en el borde de la cama, escuchaba el tintineo de la lluvia nocturna. El clima comenzaba a cambiar, el verano húmedo se iba deshaciendo mientras el otoño estaba anunciando su inminente llegada.
Desde hacía un par de noches, una fotografía de Ana descansaba en la mesa de noche, un recordatorio constante que se impuso para no perder de vista su verdadero objetivo desde que se enredó con Alexander. La tomó entre sus manos, Emilia no podía apartar la mente de las palabras de Marco. Los nombres de esa lista se repetían en su cabeza, en especial uno que mencionó Sidorov y que estaba relacionado con él.
Habían pasado dos días desde que habló con Marco, y cada palabra seguía resonando en ella. Las hojas que hab&iacu