La luz tenue del amanecer se colaba por las cortinas de su apartamento, proyectando sombras difusas sobre las paredes desgastadas. Emilia estaba sentada en su cama, sosteniendo una foto de Ana entre sus dedos temblorosos.
La noche anterior aún se repetía en su cabeza, por suerte su entrada y salida del almacén no les llevó más de cinco minutos aunque en ese momento pareció que duró toda la noche. Hicieron el retorno en silencio, uno tenso y calculado. Cuando se bajaron del taxi y regresaron a la entrada trasera del club, Miguel la detuvo antes de que pudiese marcharse.
—Emilia, lo que sucedió esta noche…
—No te preocupes, Miguel —lo cortó de inmediato, con una sonrisa débil—. Lamento haberte involucrado, olvida lo que pasó, es lo mejor.
—¡No es eso de lo que estoy hablando, Emilia! —exclamó, sosteniéndola por ambos brazos, ella vio en sus ojos la preocupación genuina—. ¡Esto es muy peligroso! ¡Sidorov es peligroso! ¿Crees en verdad que él puede ayudarte? Si es así, ¿entonces por qué s