La mañana entró sin pedir permiso, y encontró a Valentín con los ojos aún pesados y los hombros tensos por el desgaste de los últimos días, Valentín ya estaba de pie cuando el primer rayo se derramó por la baranda; tenía el móvil apoyado en la mesa y un cuaderno abierto con una lista que había empezado en la madrugada.
Cipriano — revisar seguridad; mujer del traje marfil — 16:30; Marina — permisos; joyero — urgente; invitados — corta lista; capellán o juez — discreto; música — mínimo.
Era su lista de asuntos por resolver en el día...
—Hoy corremos —dijo en voz baja mientras marcaba—, hoy atamos nudos y cerramos bocas.
Cipriano respondió con voz somnolienta pero firme, como quien ya había salido a dar vueltas temprano por las calles.
—Tranquilo, jefe, desde las seis hay dos muchachos en la entrada y otros dando ronda cerca. No es un ejército, pero alcanza para que nadie se meta sin ser visto. ¿Qué más necesitas?
—Que nadie se entere antes que nosotros —replicó Valentín—. A las cuatro y