CASEMONOS YA

—Tengo aún mi anillo de compromiso —dijo, mirándose la mano en la semioscuridad—, oro blanco con una muesca invisible salvo a la luz de luna, recuerdo de aquella noche en que la promesa se hizo en New York, y quizá por eso lo atesoro, porque sobrevivió hasta el día de hoy, sin embargo ahora quiero el otro, el de casada, quiero esa certeza atada a la piel, no por apariencia ni por protocolo, sino porque quiero llamarte esposo, y que tú me llames esposa, y que el mundo no sea más fuerte que esta palabra.

Valentín sonrió con una mezcla de sorpresa y alivio, como si la frase hubiera empujado un dique que él sostenía con los hombros; tomó su mano, la besó en los nudillos y luego la sostuvo contra su pecho, y en ese gesto lo dijo todo y aun así habló, porque había que pronunciarlo.

—Entonces hagámoslo —susurró primero, y después afirmó con más fuerza—, hagámoslo ahora que el bebé está aquí y respira seguro en la casa, ahora que por un segundo la guerra la estamos dominando; no hablo de un a
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