La dejó con una sonrisa y desapareció por el pasillo hacia el cuarto de control un estudio sobrio con una consola de audio empotrada en la pared, el mapa del sistema de sonido de la casa y dos pantallas que mostraban, en modo oscuro, habitaciones en silencio.
Se sentó, conectó el teléfono, buscó el archivo que la doctora les había enviado por mensajería segura, el latido.
Tu-tum, tu-tum, tu-tum, limpio, rápido, obstinado.
Creó una lista nueva y la llamó, pista 1, agrego el sonido del latido seguido de un piano en do mayor que siempre le calmó la sangre y una lluvia suave. Ajustó el volumen para que, al activarse por las noches, sonara como un secreto.
Programó que la lista se reprodujera en el cuarto del bebé al caer la luz y dejó guardado el audio en el teléfono como tono exclusivo para “Alma”. Si ella lo llamaba, el latido le recordaría el porqué de todo.
—Bienvenido a casa —susurró al botón de guardar.
Mientras tanto, Alma caminó descalza hasta la habitación que ya llamaban “el cua