El día siguiente amaneció con una luz limpia que parecía prometer cosas sencillas, sin embargo, a Alma la luz le pesó como una verdad que aún no sabía si podía sostener, porque cuando la mujer del traje marfil volvió con las primeras pruebas del vestido, el corazón le trotaba más rápido que los alfileres, y aunque la seda caía obediente y la espalda en lágrima dibujaba una línea de promesa, la cabeza le hablaba con voces que no siempre eran suyas.
—Respire —pidió la modista con suavidad, ajustando el costado con dedos que sabían dónde pinchar sin herir—, un poquito menos los hombros, ahí, perfecta.
Alma contuvo el aire, con el estómago encogiéndose y las manos frías, miró el espejo y se vio; se vio novia y se vio jefa, se vio hija y se vio huérfana, se vio promesa y se vio frontera, y un pensamiento crudo la atravesó.
"¿y si nunca vuelvo a sonreír así?", como si la belleza del reflejo pudiera quebrarse en cualquier instante.
La tela marfil acariciaba sus caderas con una caída que pare