El espejo reflejaba a una mujer que no terminaba de reconocerse, y, sin embargo, por primera vez, se sentía completa.
Alma alzó una ceja con sutil arrogancia mientras colocaba los pendientes de diamante blanco sobre sus orejas.
Su vestido era ceñido, negro, de corte recto y espalda descubierta, elegante pero sobrio, con una abertura lateral que dejaba ver solo lo justo.
Se recogió el cabello hacia un lado y se ajustó unas gafas oscuras, a pesar de que la noche ya había caído sobre Miami.
No era por vanidad; era por estrategia.
Quería entrar al lugar sin parecer que necesitaba atención, aunque sabía que igual todos la mirarían. Porque la belleza, el dinero y el apellido Rossi no pasaban desapercibidos.
El chofer abrió la puerta de la Land Rover con discreción y Alma descendió con la seguridad de una reina que no necesita corona.
Frente a ella se alzaba el Hotel boutique Rossi, un emblema del lujo en el corazón de la ciudad, fundado y gestionado durante años por su padre. Esta era la pr