El ascensor descendió hasta donde el aire parecía más denso, más frío, más ajeno a la vida cotidiana.
Era un silencio distinto, uno que no se interrumpía ni con respiraciones ni murmullos. un silencio que anunciaba secretos.
El ascensor se detuvo en el segundo nivel subterráneo del Hotel Rossi, una zona que ni siquiera la mayoría del personal conocía.
Las luces eran brillantes, perfectamente calibradas para resaltar cada rincón del lugar. A lo largo del pasillo, esculturas de marfil y columnas con relieves dorados custodiaban el ambiente como centinelas de otro tiempo.
El mármol pulido reflejaba una luz suave, casi teatral, que imponía respeto más que frío.
Era un espacio diseñado no solo para ocultar secretos, sino para exhibir poder.
Las cámaras seguían sus movimientos desde cada ángulo.
Aquí no entraba cualquiera.
Aquí no se fingía nada.
El pasillo tenía dos rejas metálicas, ambas imponentes.
Margot se detuvo frente a la primera e introdujo un código con precisión quirúrgica.
Al