El vaso se estrelló contra la pared, haciendo añicos el silencio de la suite. Valentín respiraba agitado, con el pecho subiendo y bajando violentamente.
Sus manos temblaban mientras agarraba el celular.
Marcó a Alma.
Una vez, dos y hasta cinco veces. Nada.
—Contesta, maldita sea… —susurró con voz ronca, casi como un ruego.
Ella no respondía.
Un sudor frío le resbalaba por la sien.
Caminó como un animal enjaulado por la habitación, luego fue al armario y sacó una pistola, un rifle automático y un par de cargadores. Los metió rápidamente en una mochila y salió disparado hacia el garaje.
Salió a buscarla.
Primero a su casa, donde no encontró señales de ella. Luego fue al hotel, con la esperanza de encontrarla en el comedor o tal vez en su habitación. Pero estaba vacía. Nadie sabía nada.
Fue Sebastián, el recepcionista del hotel, quien finalmente le dio un dato, aunque impreciso.
—La señorita Rossi dijo que estaría en una de las casas a las afueras de la ciudad, pero no dijo cuál exactamen