El cielo de Pembroke Pine estaba cubierto por nubes pesadas como presagios.
Una brisa templada soplaba entre los árboles mientras la casa se mantenía en silencio absoluto, como si incluso las paredes comprendieran la importancia del momento.
En el cuarto principal, Valentín se miraba en el espejo.
Se abrochaba el último botón de la camisa negra con movimientos precisos, casi rituales.
Frente a él, el chaleco antibalas parecía menos una protección física y más una armadura emocional. Cada hebilla ajustada era una promesa silenciosa de no volver a caer.
La pistola, pesada y fría, descansaba como extensión de su voluntad y el reloj antiguo de su padre... ese no era solo un accesorio. Era legado, era herencia, era el recordatorio constante de que un Moretti no se rendirán.
Lo tomó con reverencia, colocándolo en su muñeca como si sellara un pacto con los fantasmas de su sangre.
Esa tarde no solo se preparaba para matar; se vestía para gobernar.
Alma, de pie junto a la ventana, observaba el