La música descendía como un susurro de terciopelo por las paredes del Hotel Rossi, cuyas columnas de mármol y lámparas de cristal colgante exudaban una elegancia antigua y peligrosa.
Hombres de traje oscuro, con auriculares discretos y miradas como cuchillas, custodiaban cada entrada.
En las esquinas, figuras conocidas del bajo mundo conversaban con sonrisas que ocultaban amenazas.
Aquella no era solo una fiesta, era un recordatorio silencioso de quién dominaba la ciudad desde las sombras.
El murmullo de los invitados se entremezclaba con el tintinear de copas y el leve crujido del parquet.
En la pista, Alma danzaba con elegancia medida, aferrada al brazo de Valentín. No era una escena de amor, sino una declaración silenciosa, una jugada con piezas vivientes en un tablero donde cada mirada valía más que una palabra.
—¿Lo haces por él o porque lo deseas? —murmuró Valentín, guiándola con soltura mientras el foco de una lámpara antigua los acariciaba.
Alma no lo miró.
Sonrió con una curv