A las cinco, el salón principal de la mansión reunió a los Rossi y a los Moretti que quedaban fuera de barrotes. Enzo abrió con el mapa de Miami desplegado, marcas rojas en barrios que antes eran suyos y hoy parecían prestados.
—Nos tiraron con bomba —dijo—. Nos están mirando con lentes agudos. Y anoche hubo patrullas dando vueltas por la vieja bodega de la 22. Esto no es rutina es una cacería, apuesto todo a que los Lazarte, están de la mano con el estado.
La sala de la mansión Rossi estaba en penumbra cuando Alma entró, pálida, pero con esa firmeza que la hacía verse como una estatua de acero. Gino Baggio fue el primero en levantarse de su asiento, su corpulencia dominando el espacio mientras la saludaba con un gesto respetuoso.
—¿A qué se debe esta reunión de urgencia, Alma? —preguntó, acomodándose la chaqueta.
Ella respiró hondo antes de hablar.
Se notaba el cansancio en sus ojos, pero también una claridad feroz.
—La tensión en la ciudad es insoportable. El Estado nos está acorral