El mismo ecógrafo mostró órganos intactos. El cirujano trabajó con la lengua entre los dientes, sacó el proyectil con una pinza que cantó metal, suturó con puntos que conocían el camino.
—No te vas a morir —dijo en voz baja, sin saber si le hablaba a la paciente o a su propio pulso—. No hoy, todo parece estar bien.
—Listo —anunció cinco minutos después, que parecieron una temporada—. Antibiótico, analgésico, y mucha observación. —Le tapó el costado con cuidado de no tocarle la herida.
Volvieron todos sobre Alma, porque la vida suele exigir público.
La oxitocina comenzó a trabajar como un coro que encuentra su tono.
Las contracciones se volvieron olas con horario.
La obstetra marcó tiempos con mirada de metrónomo. Las enfermeras masajeaban, hablaban despacio, contaban de dos en dos. Valentín se desarmó en el borde de la mesa con la torpeza de quien quiere sostener sin estorbar.
—Respira —le dijo, acercando su frente a la de ella, robándole aire al dolor—. Respira conmigo.
Alma apretó s