El día había comenzado con una calma engañosa. El cielo estaba despejado, el sol golpeaba con intensidad sobre los edificios y las avenidas se veían más tranquilas de lo usual.

Nadie lo habría sospechado, pero era el día en que muchas cosas cambiarían.

Alma había decidido visitar personalmente una de las joyerías más lujosas del legado Rossi.

Quedaban pocas como esa, con vitrinas gruesas de vidrio reforzado y columnas de piedra en la fachada, y era precisamente eso lo que quería ver, la historia viva de su familia.

Iba acompañada únicamente por Roberto, su chofer de confianza, un hombre robusto de rostro afable y sonrisa fácil.

—Soñé con usted anoche, señorita Alma —dijo Roberto mientras avanzaban en la Land Rover cotidiana—. Soñé que alguien nos disparaba. Pero usted se levantaba como si nada. Como una reina.

Alma apenas alzó la vista del cuaderno de su padre, el mismo que ahora llevaba consigo a todas partes. Lo hojeaba con parsimonia, como si esperara que en cualquier momento Artur