El eco de los pasos de Alma resonaba con firmeza sobre el mármol pulido del pasillo que conducía al salón ejecutivo del Hotel Rossi.
Vestía un conjunto negro entallado, con tacones que no necesitaban sonar fuerte para imponer presencia.
Sebastián la había informado apenas treinta minutos atrás, Ricky Paz, el abogado personal de su padre, solicitaba una reunión urgente.
El salón estaba ya preparado. Cortinas cerradas, luces tenues, una gran mesa central de madera y varias sillas.
Luca y otros hombres de confianza la escoltaban con discreción.
Alma fue la primera en llegar. Se sentó al fondo, sin mostrar ansiedad, aunque su mente no descansaba ni un segundo.
Minutos después, las puertas se abrieron.
Y con ellas entró Isabela.
Iba vestida como si fuera la dueña del lugar, vestido blanco de diseñador, lentes oscuros sobre la cabeza y el mismo gesto altivo de siempre. A su lado, caminando como si estuviera en territorio enemigo, venía uno de los hombres de Gustavo junto con ella. Alma lo r