Su voz le llamó la atención, y al mirar a los ojos al dueño de esa dulce voz, supo de inmediato que su vida estaba a punto de cambiar. El mayor de los Monahan se consideraba un hombre controlado; nunca había perdido la cabeza por una mujer, pero esta voluptuosa mujer de curvas impresionantes estaba a punto de cambiar eso. Esta mujer le pertenecería a toda costa. Aún no lo sabía, pero ya lo sabía. No podía apartar la vista del hombre que consideraba el más guapo y sexy que había visto en su vida. Sabía que estaba muy por encima de ella, pero no pasaba nada si miraba de lejos su traje negro y corbata, que resaltaban sus poderosos músculos. ¿O sí?
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_ Es una vista maravillosa señor Monahan, no me canso de apreciarla. Desde aquí es fácil imaginar que uno es dueño del mundo.
La voz alta y chillona del Director de Marketing sacó a Milo de su distraída apreciación del horizonte tras el cristal. Asintió, casi como por inercia; sus ojos habían estado mirando la noche brillante sin verla, ignorando el espectáculo de los edificios y avenidas totalmente vestidos en luces amarillas y rojas, y la impresionante posibilidad de tener a Los Ángeles a sus pies.
Ser el dueño de uno de los edificios más altos de la ciudad y tener esa vista todos los días la había vuelto rutinaria, por lo que le sorprendía la admirada apreciación que todos los invitados desplegaban.
_ Espero que esté disfrutando de esta celebración—señaló, procurando que su voz denotara una amabilidad que no sentía.
Socializar sin objeto lo aburría, como casi todo últimamente. El entusiasmo que lo embargaba al tener un desafiante proyecto entre manos se había diluido al cerrar el contrato que hoy celebraban, por lo que el tedio había regresado como un manto frío.
—¿Cómo no hacerlo? La fiesta es un éxito. Agradezco la invitación.
—Lo merecen, todos ustedes. El trabajo que han realizado estas semanas ha sido notable y mi empresa se congratula de tener empleados así.
La voz ronca, la leve sonrisa de circunstancias que no llegaba a sus ojos, las frases armadas, todo mostraba amable frialdad; había un inevitable desapego en el trato que el mayor de los hermanos Monahan prodigaba a sus subalternos. El hombre que había interrumpido las cavilaciones de Milo entendió que esas frases serían todo lo que podría arrancar del gran jefe esa noche.
Ya era extraño que no le hubiese respondido con monosílabos, no era poco habitual que sus interacciones se limitaran a miradas y gruñidos o a memos que llegaban por correo electrónico. Milo Monahan era un hombre parco y directo, uno que apenas dejaba entrever una faceta más social en el fragor del trabajo, aunque esto se expresara en órdenes imperativas y férreas orientadas a dirigir el conglomerado de varias empresas de las cuales era el CEO y principal accionista.
Un millonario exitoso y pujante, un líder implacable, un soltero más que codiciado, eran los títulos que los periódicos y revistas solían escribir sobre él.
Milo dio un sorbo a su whisky y dejó vagar apreciativamente su vista por el enorme espacio que era el ático del edificio más alto del Downtown de la ciudad, tope de las oficinas y hoy transformado en sala de recepción y por el que deambulaban, reían y bebían los activos más importantes de su compañía y los socios más emblemáticos, así como los clientes más selectos de su cartera.
Una risa se elevó por encima del bullicio general y le hizo ver que Melody trataba de atraer su atención. Suspiró. Su madre, una vez más, se empeñaba en restregar en sus narices a la que consideraba la candidata ideal para que su primogénito se casará y formalizara, en un gesto que lo convirtiera en un hombre con visión familiar.
Elevó una de las comisuras de sus labios con desdén, por supuesto que para si frívola madre esa muñeca de clase alta que era Melody Hunt, con su cuerpo de gimnasio y quirófano, vestida en impecable vestido de diseño y zapatos que gritaban Lou Boutin, era la mujer ideal para un hombre como él.
Dejó que su vista recorriera a la platinada con apreciación, decidiendo. Que esa noche la follaría sin piedad, con esos tacones de quince centímetros como único atuendo. ¿Cómo podía desairar el hambre que se notaba en la mirada que lo fulminaba sin sutilezas? No había nada de eso en Melody, aunque su madre creyera que era una correcta mujer de clase alta. A la rubia le gustaba el sexo y lo disfrutaba sin tapujos.
De todos modos, no se engañaba, sabía que ella también apostaba por el compromiso y un anillo. Como carnada, ese cuerpo de escándalo y ser la hija de uno de los clientes más importantes de Milo. No tenía intenciones de proponerle algo tan serio. Tal vez en un futuro, podría ser la correcta. Una mujer de clase alta, que sabía cómo comportarse, que tenía claro lo que era ser una linda imagen al lado de un hombre de éxito. Parecía lo correcto, pero no lo haría pronto o sin pensarlo más.
El toque sutil en su brazo le hizo mirar al costado y al ver a su hermana Violet sonrió abiertamente. Ella, su pequeña hermana, no tan pequeña ya, era una de las pocas que lograba que sus ojos verdes se avivaran y enternecieran.
— Hola, chiquilla—la saludó con un abrazo y un beso en la frente—¡Qué bueno que pudiste venir!
Ella sonrió y devolvió el abrazo. La diferencia de quince años se hacía notar entre ambos. Violet era el resultado de uno de los últimos empujes del viejo Monahan sobre su aristocrática mujer, cuando ya esta pensaba que con cuatro hijos varones era más que suficiente para dar por cumplido su rol.
Violet había sido la niña mimada por sus hermanos, ignorada por su padre por su condición de mujer y poco apreciada por su madre, como no fuera para martirizarla por su peso, su poca habilidad para socializar o su escasa dedicación a las compras y los artículos de lujo.
Milo siempre la había sentido frágil y expuesta, su protegida, aquella que merecía su cariño y su tutela. La adoraba, sentimiento que el resto del mundo no podría creer, si fuera visible. A los ojos de la mayoría, Milo Monahan era un despótico y ambicioso bastardo que solo veía y reconocía a los demás si esto le resultaba beneficioso para sus negocios.
No es que a él le importara transmitir esa u otra imagen, le era indiferente el resto, mientras pudiera cuidar de su familia. Aunque sus hermanos, ya mayores, despotricaran por su constante monitoreo y se lo hicieran saber con fastidio, él era único que podía guiarlos y mantenerlos por un camino saludable.
Así había sido desde que tenía memoria: él había sido más padre de sus hermanos de lo que nunca podría haber sido su progenitor biológico, el canalla de Steven Monahan, un adicto al trabajo, al sexo y a hostigar a sus hijos.
Como cada vez que lo pensaba, la furia le recorrió. Con una mueca buscó quitar al bastardo de su cabeza, sabedor de que esto lo conducía a la tristeza y el dolor.
No había dinero que quitara el mal sabor que los recuerdos traían de tanto en tanto. El cansancio extremo del trabajo, el sexo duro y el entrenamiento físico parecían ser los únicos que lo alejaban de pensar en ese pasado.
—No te acostumbres. También me gusta ser quien las imparte.—Oh, lo tengo claro y no me niego a ellas de tanto en tanto— Se inclinó y la besó largamente, para luego darle una sonora palmada en el trasero— Ahora, sobre la tabla, sin dudar.Durante una hora siguió al dedillo cada una de sus indicaciones, cayendo una y otra vez al agua hasta que logró cierta estabilidad y algún deslizamiento decente que le dieron esperanzas de poder practicar con cierta soltura el surf en el futuro, con mucha práctica. Luego, cuando el agotamiento la hizo abandonar, se concentró en mirar la abrumadora belleza y destreza con la que su hombre tomaba las olas.Con la misma energía, entusiasmo y satisfacción con la que la tomaba, pensó. Con la misma entrega y aguante con la que enfrentaba a sus rivales en la pista de hockey. Tres meses habían transcurrido desde la noche que había sido un antes y un después para su vida, aquella en la que Aidan le confesó que la amaba y quería vivir con ella.Ella había acepta
El rostro de Sharon se ensombreció y su ánimo tambaleó. Esto se salía de todo límite, rozaba la indignidad.¿Quiénes eran todos estos desconocidos, amparados en el anonimato de las redes, para denostarla y juzgarla?—No entiendo por qué Summer debe canalizar su odio en mí. ¡Debería dejarme en paz!Su voz alterada se elevó y Aidan la escuchó, acudiendo de inmediato a ver qué ocurría. Tomó su teléfono, que ella aún sacudía con energía y al leer lo que mostraba, la abrazó.—Sharon, no podemos ni siquiera preocuparnos por estas cosas. Los personajes famosos, y mucho me cuesta considerarme uno, somos un objetivo constante.—¿No se puede hacer nada?—dijo Regina, con rabia— Tu ex se ha hecho una fiesta con ustedes.—Me pondré en contacto con mis abogados y lo solucionaremos— dijo Milo.Kaleb estaba mirando las redes y bufó.—Hay una notoria intención de herir y dañar tu figura, Aidan, eso no se puede permitir. Y también están afectado la labor profesional de Sharon con estas afirmaciones. ¡Q
El la envolvió en un abrazo feroz y la atrajo a su falda, acariciando su espalda, apretando el beso con una mano en su nuca. Las emociones se desbordaron con rapidez y la premura los llevó a acariciarse con desesperación y desenfreno, quitándose mutuamente las prendas superiores hasta quedar expuestos, piel a piel. Sharon lo besó con énfasis, con ardor, con todo el deseo pospuesto por meses, tomando posesión de su boca. La lengua del Aidan la recibió y la envolvió, dominante, exigente, tomando sus labios, que luego mordisqueó.Las manos de Sharon acariciaron los pectorales, posándose en el pack de abdominales, acariciando su dureza majestuosa y envolviendo su cintura para posar sus manos en su espalda, por la cual ascendió para finalizar en los bíceps. Él se hundió en su escote, apropiándose y jugando con ellos, acariciándolos con lentitud, dejando rastros de sus caricias, tomándolos en su boca con hambre caníbal. Sus pieles parecieron encenderse.La que comenzó como una fricción amig
—Eso no es lo sorprendente, Sharon. Tú mereces que el hombre más digno de este mundo te ame. Pero como soy un gran egoísta, te quiero solo para mí, por lo que deberás conformarte. Con este hombre a veces gruñón, a veces difícil de tratar y con algunos déficits emocionales.—Tú eres todo lo que quiero. Y te tienes en poco aprecio. Eres un hombre maravilloso, Aidan. Uno que no duda en dar un paso atrás cuando se equivoca y lucha por superar sus circunstancias.—La única circunstancia que me convoca en este momento y de aquí en más eres tú— volvió a tomar su boca en un beso salvaje.Ella suspiró al despegarse y él sonrió.—Ahora, mi principal preocupación de esta noche disuelta con éxito, es hora de atenderte en otro sentido. La cena.—Eso está bien. Muero de hambre.—No estará a la altura de lo que te mereces, pero será una buena muestra de mis hábitos, si decides quedarte conmigo— Sharon miró alrededor y él tomó el teléfono y sonrió— Conozco el sitio donde venden la mejor pizza de Nuev
—El accidente que me obligó a parar, que me forzó a escuchar y apreciar a mi familia y que te trajo a mi vida fue el mayor revulsivo. Todo cambió cuando te conocí.Sharon no pudo decir nada. Este Aidan intenso y directo, hablando con el corazón a la vista absorbía toda su atención. Presentía que esto era preámbulo, pero no quería pensar de qué. Se venía un momento de definición y tenía miedo. No quería arriesgar un solo pensamiento esperanzado. Él siguió:—Llegaste tú... Tu paciencia, tu sonrisa, tu empecinada búsqueda por hacerme entrar en razón y ponerme a raya. Dándome la cuerda que necesitaba para salir del pozo.—Es mi trabajo.—Excediste tu trabajo ampliamente y lo sabes. Te convertiste en parte de mis días, en razón para levantarme y moverme, en brújula. Me recordaste que tenía una pasión. Tanta energía me brindaste que yo, acostumbrado a la liviandad, como un tonto, confundí las cosas. Y me aboqué a la tarea de seducirte. Cada paso que di hacia ti, cada caricia y beso que logr
—Recuerdo exactamente lo que me dijiste y lo respeto. Pero quedó pendiente mi respuesta. Te confieso que me llevó un tiempo entender cuál era la adecuada.¿De qué demonios estaba hablando?Ella cerró los ojos y respiró.Tenía que hacerle comprender.—No hay respuesta adecuada, Aidan. Yo no espero nada, entiendo lo que fue nuestro vínculo.—Haces mal, deberías esperar mucho—dijo, conduciendo con una mueca decidida en su faz— Esta noche vas a saber exactamente qué debes esperar de mí. Lo que es justo y natural que esperes de mí, hermosa.Ella echó su cabeza contra el asiento, cerrando los ojos y luego musitóbajito:—No quiero hacerme falsas esperanzas, Aidan. No cometas el error de dar alas a mi corazón. Bastante trabajo me dio estos meses, atarlo a la realidad no fue fácil.— No haría algo así. Me importas demasiado como para herirte. Esta Noche soy yo quien quiere hablar de expectativas y sueña con cosas que solo le puedes dar tú. Relájate.—¿Adónde me llevas?—A mi casa.Se concentr
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