Había desnudado su torpeza justo a su frente, mostrándose absurda e inútil, cuando debía estar escondida de su vista o siendo invisible, que era lo que correspondía. Y, sin embargo, hipó, metida de pleno en el repaso del incidente, él la había recorrido con sus ojos con una expresión diferente al fastidio. Él había fijado sus ojos como saetas en sus senos, sin despegarlos mientras la rubia hacía su pataleta y ella temblaba. Con lujuria. O al menos eso imaginó. Lo más factible era que estuviese conteniendo los deseos de echarla del lugar sin más. Cuando pudo despegarse y el maître llegó, ella había escapado, musitando torpes disculpas y había procurado secar la camisa. Sabía que debía regresar raudamente a su tarea si quería conservar su empleo. No podía seguir alelada ante la visión del hombre, era absurdo creer que un millonario sexy y sin límites como ese podría fijarse en una mujer de clase tan baja como ella, con sobrepeso y cuya torpeza acababa de ser apreciada por los más encumbrados y favorecidos seres de Los Ángeles. Su mente lo volvió a considerar al recordarlo, mientras se tapaba más y los hipidos suaves eran sustituidos por sollozos.
¿Quién o qué era ella? Nadie. Una fracasada poca cosa que vivía como podía en un barrio bajo del Oeste de Los Ángeles, una honesta pero quebrada mujer de veinticinco años que sostenía como podía a su familia.
Alguien que solo podía soñar con estar al lado de un hombre como aquel, y ¡vaya si lo había hecho bien! Su intento de risa no fue más que mueca. Tenía que dormir, recomponerse, no podía hostigarse y golpear su herida autoestima más. Era más fácil pensarlo, claro. Las palabras del maître volvieron a ella: <<Eres un desastre, una mala empleada. Nos has puesto en ridículo>>, había espetado mientras le exigía la inmediata devolución del uniforme y la despedía sentenciando que no tendría paga pues la empresa debería hacerse cargo de la limpieza del traje de esa rubia platinada. Así que aquí estaba, despedida y más pobre que antes.
En el preciso momento en el que más necesitaba ese dinero para hacerse cargo de las interminables cuentas que la enfermedad de su tía implicaban, además de sostener los estudios de Tina. Lo había arruinado por soñar despierta, por apreciar la riqueza cuando lo único que tenía que hacer era servir bebidas. ¡Tonta, mil veces tonta! Hipando y volviendo sobre esa mirada cuando se le derrumbaba la vida. ¿Por qué no podía quitar de su mente esos ojos que la habían hecho sentir deseada?
<<Espabila, Regina>>, se dijo en voz alta, dándose toques en las mejillas para reaccionar. <<Estás en graves aprietos, tu situación económica apesta y no puedes darte el lujo de creer que alguien te va a rescatar de ella>>. No sería ese millonario y magnífico en su apostura el que vendría por ella a solucionar las urgencias de su bolsillo. Ese corazoncito romántico y soñador suyo, alimentado por tantas series y libros de príncipes encantadores le había arruinado el cerebro, bufó.
La realidad era grave como para perderse en fantasías imposibles.<<Recuerda, Regina. Soñar es para ricos, ninguna frase de autoayuda va a pagar la electricidad, el gas, los alimentos, las medicinas. Repite tu mantra: soñar duele>>. Respiró, mientras su contestataria mente decía que, a pesar de todo, soñar seguía siendo gratis.
Buscó recomponerse y pensar qué hacer. El empleo en la empresa de cáterin había sido bastante constante en el último año y le había dado la posibilidad de ganar el dinero necesario. Pero estaba perdido y no tenía caso llorar sobre la leche derramada. O el champagne, se corrigió. No tenía otra posibilidad que pedir doble turno en la cafetería de mala muerte en la que trabajaba y rogar que el maldito de su jefe, Bratt, le concediera esas horas extras. Se regodearía con su necesidad, eso lo tenía claro, se lo haría difícil y buscaría aprovechar para volver con sus asquerosas insinuaciones. Resistiría, lo rechazaría, esquivando sus manoseos. ¿Como su vida no había ido más que en bajada los últimos años? Le dolía rememorarlo, sentía que nadaba en las profundidades de un mar oscuro sin llegar a la superficie, boqueando por aire, sin éxito. Un día sí y otro también. No era solo su vida laboral, la amorosa también era un desastre. Y todo eso comenzaba a pesar en su autoestima. Más de lo habitual. Hubo un tiempo, cinco años atrás, en el que se había imaginado una vida: sería una pequeña empresaria de la moda, independiente, con planes para convertir sus modelos en papel en tendencia. Usaría las redes para promocionarlos, el boca a boca de los clientes. Su tía tenía muchos y algunos podían ayudar. Mas todo se había desvirtuado cuando la querida tía Meg enfermó y el dinero comenzó a ser cada vez más escaso y las cuentas más elevadas. Por supuesto que cuidar a su familia era prioritario y aliviar el sufrimiento de Meg había sido lo primero en sus tribulaciones. Era la madre que no habían tenido, las que las había criado y enseñado, con amor y paciencia, asumiendo el rol que la muerte temprana de su hermana, madre de Regina y Tina, había dejado. El cáncer era una enfermedad terrible, deterioraba el cuerpo y la mente, carcomiendo con dolor a quien lo sufría, haciendo que los que los amaban sufrieran impotentes. Se hacía más complicado cuando el dinero no alcanzaba. << ¿Qué podría saber de rigores esa muñeca de fantasía que era la tal Melody, esa rubia elevada en sus imponentes zapatos?>>, pensó con rabia.
El mundo era injusto, el atuendo de una sola de aquellas mujeres de la fiesta equivalía a años de salario y de agachar su espalda y cansar sus tobillos. Y bastaba un grito destemplado por unas gotas de bebida para quitarle ese dinero a Regina, una propina para cualquiera de esos ricachones. Unas gotas, unos gritos, su torpeza, la precipitaban más abajo de lo que estaba.
Sintió que el pánico la invadía de a poco y se obligó a respirar y acompasar su mente con su corazón, para que la primera calmara al segundo. No podía darse el lujo de caer, tenía que fortalecerse. <<Inhala, exhala, Otra vez. Tranquila, tú puedes. Tú puedes. Resiste. Debes dormir un poco. Respira, otra vez>>, se aleccionó hasta que sintió que el peso en su pecho se alivianaba.
A las 6:00 tenía que estar en pie para dejar dispuesto el desayuno y el almuerzo para Meg y Tina. Su turno en la cafetería comenzaba a las 8:00 y tendría un largo día por delante. Si conseguía convencer a Bratt, podría hacer alguna hora extra. No podía darse el lujo de arruinar su única fuente de ingreso.
Parecía que no estaba tan lejos de la verdad su ex, Ben, cuando le decía que siempre se podía estar más abajo y que ella se empeñaba en comprobarlo. <<Torpe, gorda, romántica empedernida, frígida>>, solía decirle. La mujer de la fiesta, Melody, había asumido que su torpeza se debía a su físico voluptuoso. Cuando el río suena, agua trae, eso decía el refrán. Si había constantes en su vida, esos eran los epítetos que la denostaban. Esta noche su propia voz interna la castigaba aceptando que no era más que eso. Solo unos ojos verdes, por unos segundos intensos, parecían decirle que era atractiva. Y eran un sueño, una fantasía.