Tenía una cara hermosa de nariz recta y unos labios gruesos y pulposos. Que suplicaban ser besados. Al menos esa fue la convicción que le atravesó como una flecha. En el medio de un salón en el que había mujeres de una riqueza espectacular, impactantes en su brillos y joyas, con estados físicos impecables, él sintió el deseo furioso y urgente de besar a esa desconocida y sentir sobre sí el peso de sus pechos opulentos. Debían sentirse deliciosos entre sus manos.
Hizo una mueca y procuró esconder la monumental erección y el dolor que sintió en sus testículos, obvias reacciones de deseo primario y urgente. Reacción que le dejó sin aliento al someterla a la razón implacable.
Tenía que estar muy mal para pensar así. La aparición del maître calmó los ánimos y las disculpas exageradas y untuosas hacia Melody fueron el momento en que la protagonista de su fantasía usó para salir de la vista de la furiosa rubia. Sin poder evitarlo, la siguió. La vio colarse en uno de los baños y como un vulgar espía fue tras ella, como un autómata que no pudiera dejar de seguir las imperiosas órdenes de una libido desbocada.
Por la puerta entornada, obvia evidencia del aturdimiento de la mujer, vio cómo se quitaba la camisa con agitación tratando de secar el estropicio del líquido con el seca manos. Por el reflejo del espejo pudo apreciar los senos cremosos, que parecían rogar ser acariciados. Imaginó sus dedos deslizándose hasta tocar esos pezones que se transparentaban tras el encaje del corpiño. Su garganta seca y sus ojos no perdieron detalle.
El movimiento más atrás y las voces hicieron que retrocediera con renuencia, desalentado de que la imagen desapareciera de sus ojos. Pero se obligó, no correspondía que lo sorprendieran fisgando a una mujer en un baño, cual si fuera un adolescente calentón.
Justo cuando salía se encontró con el maître, que se acercó para pedir disculpas, tal vez pensando que estaba molesto, pero él sacudió la cabeza. No quería explicaciones, no era necesario. La vio aparecer y notó que palidecía al verlo, probablemente creyendo que estaba siendo expulsada. Nerviosa, se acercó con rapidez, su timidez y nervios probablemente sobrepasados por la necesidad del empleo:
—No volverá a suceder, me disculpo nuevamente por la torpeza. Mas que las palabras, le traspasaron la urgencia y la emoción de sus ojos intensos. Se obligó a hablar, urgido por la necesidad de tranquilizarla.
—No es nada grave—dijo, en tono bajo.
¿Qué coño le pasaba? La cabeza le decía que esto era un absurdo.
¿Por qué preocuparse por alguien que no conocía? Mientras lo pensaba, las palabras del jefe fueron duras, más de lo necesario.
—Has sido descuidada y sin duda has desaprovechado la oportunidad que la empresa te ha dado.
—Fue un accidente sin importancia—medió, buscando frenar el tono inflexible del hombre, que tan complaciente como era con él y Melody, se volvía duro para sus subalternos. <<Excesivo>>, pensó.
—No es el primero—el maître pretendía congraciarse con él y maldita gracia que le hacía.
Había una desesperación tan profunda en los ojos aguados que Milo sintió que lo sacudían esas emociones, algo que no solía pasarle: él no se preocupaba por nadie más que por sus hermanos.
—Por supuesto que la limpieza del vestido de la señorita Melody será descontado de tu salario.
La palidez y las lágrimas que se escaparon de sus ojos bellos desarmaron a Milo, que convirtió sus manos en puños para evitar que sus dedos viajaran hasta esas mejillas suaves para enjugar esas lágrimas que traicionaban la orgullosa necesidad de contenerse.
—No creo que eso sea necesario.
—Así es la política de nuestra empresa—contestó el hombre—. La satisfacción del cliente es lo primordial.
Milo hubiera querido decir que su satisfacción en este momento sería que ella no llorara y lo dejara abrazarla, pero fue tan ridículo que solo pudo darse vuelta y dejarlos atrás, enfurecido por su propia estupidez. Estaba claro que estaba más cansado de lo que creía. Regresó a la fiesta, pero esta había perdido todo interés para él.
Revisó el ático con su mirada mientras fingía interés en las conversaciones inocuas y agotadoras y miró a cada uno de los integrantes del staff que servían, pero la joven ya no se encontraba entre ellos. Luego de un rato, se acercó al maître y le indicó de manera autoritaria que quería saber el nombre de la joven que había protagonizado el incidente. Este se amedrentó y pretendió deslindar a la empresa de cualquier mal paso, cosa que él rápidamente aceptó.
—Es una empleada temporal, normalmente no trabaja en este tipo de eventos, mas estamos escasos de personal. Usted sabe— dijo nervioso.
—El nombre—demandó.
—Regina George—contestó con rapidez.
—No debe preocuparse—Milo le sonrió, procurando diluir su ansiedad—. Esta empresa ha trabajado durante mucho tiempo con nosotros y lo ha hecho de manera excelente. Esto fue simplemente un percance menor—Le sonrió con frialdad.
—Por supuesto. De todas maneras, ella ha sido despedida y su paga de esta noche retenida para pagar por el estropicio.
Milo asintió, como si concordara con la medida, aunque a la interna pensó que era un castigo muy duro para alguien que evidentemente necesitaba ese empleo. Su palidez y desesperación habían sido evidentes. Ella había trabajado toda la noche y unas gotas de champagne la convertían en una paria sin empleo ni paga. Era demasiado. Decidido, tomó su teléfono y contactó a su amigo Jett.
—Jett, necesito que ubiques a una persona.
—Buenas noches a ti, genio—contestó con sorna—. Veo que tus habilidades sociales mejoran.
—Ya deja eso. Regina George Quiero saber todo sobre ella. Y lo necesito para mañana.
—Dame algún dato más. ¿Sabes la cantidad de personas que puede haber con ese nombre? ¿Es cliente, familiar de uno de tus colaboradores?
—Estuvo trabajando en la fiesta esta noche en la empresa de cáterin. La que te perdiste-sindicó.
—Sabes que detesto ese tipo de reuniones de la egolatría. No me van. Y sé que tú las odias también, así que no entiendo cómo sigues participando de ellas.
Había un dejo de reconvención en la voz de su único amigo, un tono que dejó pasar.
—Te paso de inmediato el nombre de la empresa.
—¿Qué ocurrió con esa mujer? ¿Algo que deba saber?
—Esa mujer me movió el mundo hoy, sin siquiera hablarme - confesó,
Llanamente. Su confianza con Jett era extrema-. Es la primera que lo ha logrado en años. Mi cerebro y mi pene están de acuerdo en que deben explorar este misterio.