Mundo ficciónIniciar sesiónPara Anastasia, un extraño accidente automovilístico da paso a un extraño matrimonio no consensuado. Ella despierta herida y, para su desconcierto, casada legalmente con el CEO de Baudelaire Global Segurity, que insiste en haberla salvado. Él es atento, elegante, casi devoto... pero hay algo en su mirada que no encaja. Y mientras su matrimonio y la recuperación se unen en un encierro, Anastasia comienza a preguntarse sí el accidente fue un punto de partida... o el final de la vida que conocía. "Un Romance Oscuro donde la Posesión se confunde con protección y se tergiversa el concepto del amor a Obsesión"
Leer másEra un buen cliente, aunque fuese solo un estudiante universitario.
Tenía dinero. Mucho dinero. Era el favorito de todas.
Siempre que llegaba a la casa, pedía cantidad de bebidas para sus amigos y una habitación privada para él. Una chica lo acompañaba y se perdía con ella toda la noche. Cada visita de él se volvía una fiesta de excesos, tocamientos y bullicio. El almacén se vaciaba, las chicas terminaban con los bolsillos llenos y los hombres bebían hasta perder el sentido. Cada trago era un brindis en honor al anfitrión que pagaría todo.
El anfitrión era joven, pero llegaba en un auto deportivo lleno de amigos y con una Black Card sin límite de fondos, que pasaba por la terminal después de sus grandes fiestas. ¿Aunque siquiera disfrutaba de esas fiestas? A mí nunca me lo pareció. Cada mes aparecía en un auto distinto, acompañado de distintos amigos y daba un pase libre a la barra para todos, también un pase libre para cualquier "acompañante" que ellos quisieran, pero él no se quedaba a disfrutar nada de eso. Solicitaba la misma habitación privada de siempre y una chica de la casa entraba con él, para quedarse encerrados toda la noche. Lo que pasaba dentro de esos 4 muros se volvía confidencial, un secreto que ellas no podían revelar. Y al día siguiente, él pagaba la exorbitante cuenta de sus amigos y se iba, para volver dentro del mes siguiente.
Era un hombre joven, de unos 22 años, muy bien parecido. Tenía un rostro hermoso, de rasgos marcados y masculinos, junto a una mirada muy negra y una tersa piel trigueña; sus labios eran carnosos y sus ojos, siempre vacíos, estaban repletos de largas e impresionantes pestañas rizadas. Pero su personalidad era un asunto muy diferente a su apariencia: intimidante, serio, callado, y de cortas y secas palabras. Iba allí cada mes, aunque saltaba a la vista que no obtenía ningún placer al visitar una "casa de citas" como cualquier otro hombre.
Así lo hacía siempre. Excepto en su ultima visita.
—Any, sirve más tragos.
La dueña de la casa me señaló las mesas ya vacías con un gesto de cabeza, mientras calculaba las ganancias de esa noche con una sonrisa alegre y ambiciosa. Esa noche nuestro cliente favorito había llegado a mitad de semana, eso era inusual. Y había llegado con muchos amigos.
Le obedecí y les llevé nuevos tragos. También cervezas y cigarrillos. Puse todo sobre la mesa y me dispuse a irme, cuando una de sus voces me detuvo.
—¿Tú que precio tienes?
Un chico me notó y me sonrió con una clara intención sucia. Planté una botella delante de él y no le hice caso.
—¿Cuánto me costaría un rato contigo? —insistió, a pesar de tener a una de las chicas de la casa sobre sus piernas.
Ella, mayor que yo, se abrazó a su cuello y plantó un juguetón beso en él.
—Ella no tiene precio. Déjala en paz, ¿quieres?
Pero él no apartó sus ojos de mí, ahora me veían incluso más interesados.
—¿No lo tiene? ¿Es demasiado buena para que yo pueda pagarla?
Intentó alcanzar mi trasero bajo la pequeña falda y manosearme, pero yo rápidamente di un paso atrás.
—Yo no soy mercancía de la casa —le dije con una mirada ácida, azul y electrificada—. ¡No intente propasarse!
El rostro del cliente cambió y el ambiente también. Yo no estaba trabajando en esa casa de citas por elección, pero tampoco era una servidora sexual y no iba a dejar que me pisoteara. No estaba allí para acostarme con nadie ni permitir que me tocarán, yo solo servía tragos y limpiaba el lugar: no era ninguna prostituta.
—¿Crees que no puedo pagar por ti? —se levantó y toda la mesa quedó en silencio.
Se me acercó, molesto y borracho.
—Eres guapa, pero no te creas demasiado, zorra creída. ¿Piensas que vales mucho?
Con los brazos me señaló el lugar: los hombres bebiendo, acompañados de chicas casi desnudas.
—Mira donde estás, aquí solo eres carne. Si quiero, puedo llegarte al precio...
—Usted vino aquí sin dinero. Quién paga, es otro —se lo dije directamente y la chica que le servía empezó a negar con la cabeza, advirtiéndome para que no siguiera. Pero yo no la escuché—. Tú no puedes pagar ni una cerveza, ¡eres un maldito pobre que vive de otros...!
Mi mundo giro de repente, cuando su palma se impactó sin aviso en mi mejilla. Me tambaleé mirando estrellas, con la piel comenzando a arder.
—¡Maldita perra...!
Lo miré acercarse, dispuesto a darme otra bofetada. Pero justo a tiempo apareció la dueña y se interpuso entre los dos.
—¡Tranquilízate chico!
Ella me empujó, lanzándome una mirada furiosa.
—¿Ves lo que has causado, niña estúpida? —me regañó—. ¡No puedes hablarles así a nuestros clientes! ¡Conoce tu maldito lugar!
Y, como sí buscará complacer a ese tonto cliente, levantó el brazo y me abofeteó allí mismo, en la misma mejilla que él. Esta vez ya estaba lista, tan lista que ni siquiera reaccione. El golpe solo me hizo retroceder un paso y cerrar un segundo los ojos.
—Sal de aquí, Anastasia. Ve y renueva los tragos de la sala privada.
Aunque temblaba de rabia, le obedecí y me alejé de la mesa. Ya sabía que sí me atrevía a ir más lejos, una bofetada sería poco a lo que me ganaría. Tomé una botella cara, vasos y hielos. Lo llevé todo a la sala privada de nuestro cliente.
Me recibió un interior oscuro. Pero cuando me acostumbré a la penumbra, lo vi recostado en un sillón negro de piel. Miraba su celular con un aburrido desinterés, pero junto a él, acostada sobre sus piernas había una chica. Ella tenía la cabeza entre sus muslos y el sonido que producía su boca me dijo claramente lo que estaba haciendo.
Aparté la vista de ambos y avancé en silencio, para acomodar todo sobre la mesa delante de ellos. Empecé a poner todo cuidadosamente.
—Quítate ya —su voz, grave y fastidiada, cortó de repente el abrumador silencio.
La chica se irguió sobre los codos y lo miró desde abajo.
—¿No te gustó? Lo haré mejor...
—Levántate y sal de aquí.
Mientras ella se incorporaba del sillón con vergüenza, yo puse rápidamente los dos vasos con hielos. No quería quedarme a solas con ese cliente tan especial ni por un minuto. En cuanto terminé seguí a la chica a la puerta, para salir juntas.
—¿Por qué te vas tú? —su voz se alzó de nuevo cuando estaba a nada de salir—. ¿Acaso la dueña no te envío para mí?
Me giré, topándome con unos negros y brillantes ojos fijos en mi rostro. No lucía molesto, solo se veía curioso. Sabía que no podía portarme grosera con este cliente, porque era especial; sí le hacía enfadar y se iba para no volver, la dueña sería capaz de asesinarme.
—Yo solo sirvo las bebidas, pero le traeré otra chica...
—¿Hay diferencia entre ustedes? —se dejó caer en el sillón, extendiendo los brazos en el respaldo—. Solo ven y cierra la maldita puerta. Odio oír como esos bastardos se embriagan.
Aunque me lo ordenó, no me moví de la puerta.
—No soy una servidora de la casa, soy mesera, solo sirvo tragos...
—Entonces ven y sírveme un maldito trago.
Apreté la bandeja en mis manos y contuve un suspiro irritado, para después cerrar la puerta y avanzar hacía él. Abrí la botella y llené uno de los pequeños vasos. Se lo ofrecí. No obstante, cuando extendió el brazo, no tomó el vaso.
Sus dedos, muy largos, sujetaron mi brazo y jaló de mí. Me tropecé con sus largas piernas y terminé golpeándome las rodillas al caer entre sus muslos. Su pantalón aún mantenía la bragueta abajo y pude ver lo que había en el interior.
Me arrancó el trago de la mano y lo bebió mientras me miraba a sus pies. En sus ojos no había disfrute ni excitación, no había nada de interés.
—Continua con el trabajo que tu compañera dejo inconcluso.
Miré su rostro apuesto y vacío, luego su entrepierna. Mi lengua se volvió torpe.
—¿Con...tinuar? No —meneé la cabeza y mi cara se puso de un rojo vivido—. Yo no... ¡Este no es mi trabajo...!
Sus dedos, que aún mantenían sujeta mi muñeca, se contrajeron como una serpiente. Dobló un poco la cintura, para acerca la cara y hablarme muy de cerca.
—¿No quieres hacerlo? ¿Necesitas un incentivo?
Antes de poder explicarle que yo no estaba para servirle de esa forma, él cortó toda distancia y aplastó sus labios en los míos. Empezó a besarme, primero suavemente y luego más frenético. Su lengua me forzó a separar los labios y tentó a la mía.
Apreté los parpados, forzada a cooperar, abrumada por ese repentino beso y sin saber cómo frenarlo. ¿Ese era el incentivo?
No lo era. El verdadero "incentivo" vino enseguida, cuando jaló de mi brazo para erguirme y poder tocar mis muslos bajo la falda. Las yemas de sus dedos acariciaron la sensible piel mientras su boca devoraba a la mía, primero en círculos y luego subiendo más arriba, hacía una sola dirección.
Fue en ese momento, cuando me di cuenta de lo que pretendía, que reaccioné y abrí los ojos de golpe. Le mordí fuertemente el labio inferior para que me soltara, y funcionó. Su boca se alejó de la mía y me miró, dividido entre la sorpresa y la molestia.
—¿Por qué te niegas?
Me levanté y se lo dije directamente, acalorada.
—No soy una servidora y debería tener cuidado.
Le brilló un poco la mirada al creer que lo estaba retando.
—¿Por qué?
—Porque aún soy menor de edad. Por los siguientes dos meses, aún estoy a salvo de ustedes —y en cuanto fuese mayor, dejaría ese sucio lugar.
Cuando le revelé mi edad, él pareció impresionado y solo en ese momento sonrió ligeramente, mientras se llevaba el pulgar al labio lastimado.
—Así que un poco más y podría haber ido a la cárcel —se rió crudamente por lo bajo y susurró más para sí:—. Quizás estar allí sea emocionante, al menos, sería más emocionante que esto.
Sin responderle, recogí la bandeja y me dirigí a la puerta, aliviada de poder dejar atrás a ese depravado. No obstante, apenas abrí la puerta, esta fue empujada con violencia desde el exterior. El mismo chico de antes, el borracho, entró a la sala privada y se rió al verme allí.
Luego miró a quién le pagaba sus tragos.
—Ya veo. Me rechazaste a mí porque ya estabas apartada para mi adinerado amigo.
Se rió entredientes, ofendido y furioso.
—Todas las zorras son iguales, siempre buscan al mejor.
Con una mirada ebria y fuera de sí, me empujo al suelo y pasó sobre mí.
—¡Al demonio, ya estoy harto de ser rechazado por este bastardo!
Trató de golpearlo, pero recibió un puñetazo en pleno rostro y luego uno en el estómago. Entonces, como un jugador sucio, el chico ebrio alcanzó la botella que yo recién había traído y se la estrelló en la cabeza. De inmediato la sangre empezó a correrle por la raíz del cabello, un cabello rubio que empezó a teñirse rápidamente de un vivido carmesí. Se tambaleó por el golpe, aunque no perdió la conciencia.
—Sé que no te importaría morir, amigo. No entiendes lo compleja que es la muerte —sonrió, hablándole en un susurro apresurado—. Y sé que nadie te echaría de menos. Eres solo parte de la estirpe de bastardos de un anciano rico. ¿A quién podrías importarle siendo como eres?
Fuera de la sala, oí gritos, pánico y alarma. El chico borracho volvió a alzar la botella, ya rota y afilada, para golpearlo de nuevo y acabar con su amigo. ¿Iba a presenciar un final así? Sí pasaba, la casa se llenaría de policías. Antes de darme cuenta, ya me había puesto de pie y estaba metiéndome entre los dos. Empujé al chico malherido sobre el sillón y, con todo mi peso, hice que el otro cayera sobre la mesa, entre los vasos y botellas vacías. En cuanto perdió el equilibrio le quité la botella y ya no pudo levantarse.
Enseguida me volví hacía el cliente malherido en el sillón. La sangre corría por un costado de su rostro, era demasiada, alarmante; y parecía a punto de cruzar el umbral de la muerte. Mientras todos entraban y llamaban a emergencias, yo tomé entre mis manos temblorosas su cara ensangrentada y le pedí mantenerse consciente.
—A mí me importas —miré sus ojos apagándose—. ¡No puedes morir!
Pero en ese momento no conocía al hombre que estaba salvando, y tampoco sabía lo que mis palabras causarían en él. No sabía que yo misma me estaba atando una soga en el cuello.
Ya había tenido relaciones sentimentales antes de ese hombre, con otros chicos, muy pocos en realidad. Así que tenía experiencia besando y tocando, pero mis relaciones nunca habían llegado a la intimidad: Dorian Baudelaire era el primero en ese sentido. Y yo jamás me había detenido a pensar en la elevada libido que puede tener en un hombre, el insaciable deseo sexual. Pero Dorian me lo demostró. En plena madrugada, apenas regresamos del coctel, se lanzó sobre mí como un animal.En la quietud de aquella inmensa casa, hubo más besos, más tocamientos descarados y un deseo frenético que ahora era compartido.—Eres mi vida entera, Ann —musitaba en mi boca de vez en cuando, extasiado y ahogado en placer—. Gracias por venir a mí.Con la cabeza caliente y los sentidos dominados por él, disfruté cada beso suyo, cada caricia, y todo porque él acababa de presentarme la cumbre del placer y lo mucho que podía disfrutar del sexo, y me había gustado.Pero a la mañana siguiente, ese momento de debilid
—¿Qué... me sucederá? —aunque la voz quería temblarme, logré controlarla—. ¿Qué piensa... hacerme, señor Baudelaire?Sentía el torso desnudo tan frío, porque la habitación estaba helada. Pero no me atrevía a moverme, ni siquiera para devolver mi vestido a su lugar. Le permití mirarme tanto como quisiera, pero estaba lista para frenarlo sí se le ocurría hacer más que mirar.—¿No viniste a esta habitación para estar conmigo? —ladeó el rostro, para apreciar mi desnudez mejor—. Pensé que por eso pusiste el seguro de la puerta.Nunca había estado en una situación así, expuesta medio desnuda a los ojos de un hombre. Sentía tanta vergüenza, pero también, la expresión deseosa de ese hombre por mí me removía algo, ¿tentación?—Usted, Dorian Baudelaire, ¿tiene alguna fijación enfermiza en mí? —le pregunté entre dientes y me le acerqué lo más que pude, hasta presionar mis pechos en su pectoral.Él se tensó al primer contacto e inhaló con deseo reprimido.—Ann...Lo tomé de la solapa de su sofisti
¿Qué padre le decía a su hijo, frente a un mundo de personas, que era poco fiable? Yo no tenía padres ni ningún familiar, pero estaba segura de que ningún papá debería tratar así a su sangre. Eso no era correcto.Era cruel. Y me bastó eso para detestarlo, aunque fuese mi supuesto "suegro".Se asentó un mortal silencio en todo el evento. Se pausaron las murmuraciones sobre mí, la esposa, y las conversaciones callaron del golpe. Mientras padre e hijo se miraban, nadie hablaba.—¿Lo sabe? —insistió su padre, levantando suavemente una ceja.Su postura parecía de burla y molestia.—¿Sabe que tú, mi hijo, es un hombre que nunca entenderá lo que es sentir? No juegues al matrimonio, Dorian, los dos sabemos que es inútil. No es para ti. Solo confundirás a esta chica.La mano de Dorian en mi cintura se puso rígida y, de reojo, vi su expresión endurecerse con una emoción nueva, pacifica, pero... algo inquietante. Su boca comenzó a curvarse en una esquina, como si estuviera tentado de sonreír.—Qu
Me di cuenta enseguida que ese hombre intentaba deslizarse bajo mi piel con sus dulces palabras, sus devotas atenciones y la forma en que dulcificaba su oscura mirada cuando me veía... Todo con la intención de arrastrarme a una extraña manipulación, como un veneno de lento efecto, pero capaz de doparme y volverme una tonta.Así que, cuando, besándome como un loco en se jardín, trató de envolverme en su red para que accediera a volverlo mi único contacto a cambio de mi celular, planté una firme palma en aquel pecho bien trabajado y alejé sus labios de los míos.Aún acalorada por el ardor de ese beso, pronuncié una única y definitiva palabra.—No.Me sonrió, como sí me comprendiera. Y no volvió a tocar el tema, pero tampoco obtuve mi celular de regreso. Simplemente lo dejó estar y continuó a mi lado, simplemente sentado en aquel bonito jardín. Tampoco insistió en besarme de nuevo.Pero aquel primer beso ya había cambiado la situación. No supe cómo, pero habíamos sido vistos por paparazzi
Elegí quedarme, tal cual Dorian quería, solo mientras mi recuperación se completará. Entonces saldría de esa casa directo al aeropuerto más cercano y volaría de regreso a mí país. Me quedé, pero también elegí mantenerme alerta y no confiar ciegamente en él. Después de todo, ¿realmente era un hombre de palabra, no un mentiroso? ¿En verdad podría confiar en que me permitiría marcharme sin más?Él aseguraba que hacía todo eso por agradecimiento a que yo lo había salvado, ¿pero se refería solo lo que pasó en el bar? ¿Había un trasfondo en sus atenciones? ¿Qué tal sí estaba frente a un sucio jugador?Al día que siguió a mi inútil intento de escapar por la ventana de la cocina, Dorian salió de casa y volvió con su médico de cabecera. Tuve un examen minucioso por orden suya, hasta que el doctor descartó alguna lesión causada por mi caída en esa cocina. Sin embargo, me ordenó reposo por unos días debido a que mi pierna fracturada y enyesada había recibido algo de daño al caerme. Desde ese mome
—Tú... ¿eras aquel cliente?Yo había crecido en un orfanato lleno de corrupción y descuidos, y había trabajado desde muy joven en una "casa de citas" como mesera para pagar mis gastos personales, preparándome y ahorrando al máximo para largarme en cuanto fuese mayor de edad. Ese era mi sueño: independencia y libertad.Y la única vez que había ayudado a alguien, fue en ese momento. Ayudé al rico universitario que pagaba en una sola noche al bar lo de un mes de ganancias. Cuando su amigo, ebrio, lo golpeó con una botella y trató de matarlo frente a mis ojos, yo salí en su defensa. Incluso me quedé a su lado hasta que llegó la ambulancia, mientras le pedía una y otra vez que permaneciera despierto, casi rogándole que no muriera.Y solo lo hice para no meterme en problemas, para evitar que la policía llegará y descubriera que yo, una menor de edad trabajaba en esa "casa de citas" disfrazada de bar.—Tú me salvaste de muchas formas, Ann —me cambió el apodo a uno más íntimo y su pesado torso
Último capítulo