—¿Qué... me sucederá? —aunque la voz quería temblarme, logré controlarla—. ¿Qué piensa... hacerme, señor Baudelaire?
Sentía el torso desnudo tan frío, porque la habitación estaba helada. Pero no me atrevía a moverme, ni siquiera para devolver mi vestido a su lugar. Le permití mirarme tanto como quisiera, pero estaba lista para frenarlo sí se le ocurría hacer más que mirar.
—¿No viniste a esta habitación para estar conmigo? —ladeó el rostro, para apreciar mi desnudez mejor—. Pensé que por eso pusiste el seguro de la puerta.
Nunca había estado en una situación así, expuesta medio desnuda a los ojos de un hombre. Sentía tanta vergüenza, pero también, la expresión deseosa de ese hombre por mí me removía algo, ¿tentación?
—Usted, Dorian Baudelaire, ¿tiene alguna fijación enfermiza en mí? —le pregunté entre dientes y me le acerqué lo más que pude, hasta presionar mis pechos en su pectoral.
Él se tensó al primer contacto e inhaló con deseo reprimido.
—Ann...
Lo tomé de la solapa de su sofisti