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LA NATURALEZA FRÍA DE UN MATRIMONIO

Esa habitación, toda esa casa era tan silenciosa, que incluso sentía que la más leve respiración mía podría ponerme al descubierto frente a esos dos hombres: dos desconocidos, dos extraños... De los cuales uno era mi esposo.

Sentía que no debería estar escuchando eso, que era una conversación que yo no tendría qué presenciar. ¿Pero acaso no hablaban de mí y del accidente que me había unido a ese hombre?

—¿Reanudar la investigación? —repitió Dorian, deslizando las palabras con una calma extraña—. ¿Por qué? No hay nada más que investigar. El caso está cerrado.

El hombre se removió un poco, incómodo.

—No para ellos. Dicen que Global Segurity está frustrando el proceso. Ahora están presionando para que cedamos las cámaras de vigilancia. Quieren saber dónde está la chica extranjera que iba en el taxi e interrogarla para saber su versión de lo que pasó...

Dorian se acercó al escritorio con una actitud intimidante y con la mirada hecha una sombra carbonizada.

—Los coches se impactaron por una falla mecánica de mi auto, ya lo saben. Algo estalló en el motor, mi chofer perdió el control del volante, derrapó en el asfalto, la lluvia de esa noche nubló su vista y no vio al taxi que venía. Impactamos en una intersección. Fue un accidente, desafortunado y casi mortal para mi mujer. Eso pasó.

Dio una descripción exacta de los hechos, como un guion ensayado con un compromiso ferviente y mecánico. Parecía que ya había dicho ese discurso un millón de veces, pero era la primera vez que yo lo oía. De esa noche, yo solo recordaba cristales rotos, mi propio grito y el horrible dolor.

—Ya les he dado mi testimonio, que es la verdad. Ella no tiene por qué verse con un montón de policías.

—Pero su testimonio es importante...

Apoyó las manos sobre la madera y bajó la voz.

—¡¿No estoy siendo claro?! ¡Soluciónalo, es tu trabajo! Ella no se presentará, díselos. ¡Diles que se fue!

Tanto yo como el hombre miramos a Dorian Baudelaire con incredulidad. Los ojos negros, como carbón quemado, brillaban con un destello fiero y silencioso, que rayaba la amenaza.

—¿Realmente quieres eso, Dorian? —dijo finalmente el hombre con un aire enojado—. Más que tu secretario, soy tu amigo. Sí se sabe que la retienes aquí, ¿qué pasará?

Dorian se irguió suavemente. Sus rasgos, recortados por la luz, eran la personificación de un hombre que no duda, que no teme. Que no se arrepiente. Yo había crecido sin fiarme de ningún hombre y sabía reconocer cuando uno es peligroso, y este lo era.

Era la viva personificación de todo eso que yo siempre evitaba.

—"Retener" —elevó una ceja clara y definida—. Que mala elección de palabras, Allan. Yo no retengo a Anna, la cuido y protejo todos los días. La mantengo a mi lado por su seguridad.

—Esto no solo tiene que ver con ella, ¡es tu reputación y su empresa...!

—¡Mi empresa está intacta! —bramó—. ¡Mi reputación... que se vaya al demonio! Y mi vida... —Dorian contuvo una exhalación y agudizó la vista con una intensidad que me hizo abrir bien los ojos—... no es asunto de nadie. Mi vida siempre ha sido manejada a mi capricho, y ahora ese capricho incluye a mi esposa.

El silencio que siguió fue denso. Finalmente, el hombre recogió su portafolio, se giró hacía la puerta y murmuró:

—Está cavando su propia tumba, señor Baudelaire. Por fortuna, su negocio es solo suyo y solo usted se verá arruinado.

Cuando salió, me oculté tras una columna, conteniendo el aliento para no ser descubierta. Dorian no me vio. Cerró la puerta de su estudio con un suave clic y el hombre se dirigió a la planta baja, hablando para sí entre dientes, claramente enfadado.

Retener.

Esa única palabra que Dorian acababa de decir, como sí fuese absurda, me aceleró el corazón e hizo temblar mis manos. ¿Yo estaba siendo retenida? Él insistía en que no era así, que yo solo estaba a su cuidado temporalmente, solo hasta mi recuperación completa y entonces podría volar lejos de allí.

Siempre me repetía ese acuerdo, pero ¿qué había de las cámaras siguiéndome todo el tiempo y mis pertenencias que ahora eran inútiles? ¿Qué decir de la falta de personal? ¿El hecho de que nadie supiera de su matrimonio conmigo?

Acababa de descubrir que yo era un secreto resguardado en esa casa, oculto y silenciado en el exterior. Nadie sabía de mí. Solo Dorian, sus padres y el hombre que acababa de irse.

Reaccioné de golpe y, moviéndome lo más rápido posible con la muleta, seguí sus pasos a la primera planta. Tal vez sí lo alcanzaba, él podría decirme qué tipo de hombre me había salvado, y sí era en verdad un salvador.

Sin embargo, después de descender las largas escaleras con gran dificultad, llegué a la puerta principal y la descubrí cerrada. Tomé el pomo, esperando abrir de golpe y buscarlo en el exterior...

No obstante, experimenté un crudo choque de realidad. El pomo, de plata, no se movió en absoluto. Lo agité, tiré de él y traté de empujar la pesada puerta como creciente desesperación.

Nada funcionó, no cedió. Terminé cansada, agitada y temblando ligeramente, con la frente descansando en la sólida madera.

Estaba cerrada, y yo estaba encerrada allí. ¿Me había vuelto una rehén sin saberlo? ¿Desde cuando lo era? ¿Desde el accidente, desde el hospital cuando se autoproclamó mi tutor, desde que fui llevada a esa casa sin mi consentimiento?

Poco a poco, el pánico comenzó a llenar mi sangre, aceleró mi ritmo cardiaco e hizo temblar mis manos. Había sido dulcemente envuelta en la ceda de una araña, y esa araña era sumamente venenosa.

Dios, no... ¡No quiero morir así...!

¿Qué planeaba hacer? Sí terminaba en algún prostíbulo o siendo un cadáver en una zanja, sería a causa de ese hombre. Y a nadie le importaría. Nadie me buscaría. Nadie trataría de encontrarme. Nadie gritaría mi nombre ni exigiría saber de mí. Yo había crecido en un pequeño orfanato de gobierno junto a decenas de otros niños, y siempre supe a la perfección que sí alguno de nosotros llegaba a desaparecer de la noche a la mañana, a nadie le importaría.

Todos nosotros estábamos solos. Yo estaba sola.

Apreté fuertemente los párpados, pero aun así las lágrimas salieron y corrieron por mis mejillas. Odiaba llorar, odiaba ser cobarde y temerosa, sin embargo, en ese momento no pude evitarlo. El miedo me rebasó y sollocé un poco en el recibidor oscuro de esa gran mansión.

Finalmente y después de unos instantes, abrí los parpados y me pasé una mano por la cara. Cálmate. Piensa. Busca una salida. Siempre hay una salida.

Con los ojos aún llorosos, recorrí la oscura estancia y me esforcé por encontrar una ruta alterna. Las casas grandes, lujosas, siempre tienen más de una puerta. Con eso en mente, me alejé del vestíbulo y me dirigí a la gran cocina. Los electrodomésticos caros y enormes, cromados, me recibieron, pero ninguna puerta.

Cuando comenzaba a desesperarme, hallé una ventana para la ventilación, en lo más alto. Era pequeña y rectangular, pero lo suficientemente ancha para dejarme salir.

En el mayor silencio dejé la muleta y trepé a un estante. Me aferré a él, subiendo entre la comida empaquetada dispuesta allí. Mis dedos tocaron el cristal y un aliento de alivio manó de mis labios cuando logré correr el seguro.

La ventana se abrió con obediente suavidad.

Con una dosis de felicidad, sonreí temblorosamente y comencé a impulsarme a través de ella para salir. Logré sacar exitosamente medio cuerpo, antes de que un mal movimiento de mi pierna enyesada me hiciera perder el equilibro y resbalar sin control.

Caí de espadas en el suelo y un grito de agonía se me escapó cuando un latigazo de dolor recorrió mi pierna fracturada.

Y aunque de inmediato me llevé una mano a la boca, fue demasiado tarde. Todas las luces de la casa se encendieron al momento. Luego escuché pasos, pesados y apresurados acercándose.

Solo medio minuto después, él entró a la cocina. Su rostro, agitado e inquieto, me miró. Me vio en el suelo, luego vio la ventana abierta, y pude verlo armar a la perfección los sucesos de los últimos minutos.

La angustia dio pasó a un entendimiento frío.

—¿Por qué intentabas irte a mitad de la noche, Anastasia?

Su pregunta, cargada de enojo y verdadera duda, me causó un involuntario escalofrío. Y no pude ni separar los labios, ahora que sabía lo que estaba haciendo conmigo, ya no confiaba absolutamente en él, pero tampoco me atrevía a ir en su contra.

—¿Tienes algún complejo suicida o por qué arriesgas tu vida así? —se acercó cuidadosamente y se agachó para pasarme los brazos bajo el cuerpo.

Me levantó sin la más leve queja. Me quedé quieta en sus brazos, mirando ese rostro atractivo, temiendo de él.

—Volvamos a la cama y mañana temprano traeré un médico para que te revise —habló con calma mientras subía las escaleras—. Una caída desde esa altura puede ser grave.

Cuando me depositó en las frías sabanas y trató de arroparme, sujeté su muñeca y me tragué mi miedo para verlo con valor.

—Quiero mis cosas. Ahora. He decidido irme mañana.

Pensé que obtendría la primera muestra de un hombre violento y cruel, que su falsa mascara amable caería y me amenazaría con acabar con mi vida allí mismo. Pero no fue así. Dorian hizo algo muy diferente y confuso. Se inclinó y me besó directamente en la boca.

Fue inesperado.

Su lengua, tibia y húmeda, acarició mi labio inferior con una amabilidad inusual. Con sus labios separó los míos y suspiró suavemente al besarme completamente. Su lengua rozó mis dientes mientras su boca se movía contra la mía de una manera lenta y dulce.

Mis dos manos fueron a su pecho apenas pude e intenté ponerle fin a eso. Pero casi al instante sus manos tomaron mis muñecas y las aplastaron en la cama, sus dedos apretaron mi piel a la vez que el beso se volvía más intenso.

—Por ahora, no puedes irte —me dijo apenas se alejó, mirándome con unos ojos oscurecidos por un deseo que parecía brotar con frenesí—. Por ahora, tendrás que soportar mis deseos y quedarte aquí.

Se inclinó y me besó de nuevo, tan o más ansioso que antes. Incluso su pecho se posó en el mío y la fuerza de su agarre se hizo mayor. Jadeé apenas respirando, aplastada por el peso de ese gran hombre. ¿Forzaba un beso mientras se negaba descaradamente a dejarme ir de su casa?

Antes de que eso fuera más lejos, decidí que lo arriesgaría todo.

Le mordí el labio con fuerza suficiente para sacarle sangre y obligarlo a retroceder. Sus manos soltaron las mías y yo retrocedí hasta la cabecera de la cama. Lo miré con ojos venenosos, sin importarme el hilillo de sangre que corrió por su mentón.

—No vuelvas a hacerlo —le advertí—. ¡Nunca más!

Esta vez, realmente pensé que me ganaría mínimo una bofetada, o incluso que ese sería el final de mi vida. Sin embargo, nuevamente me equivoqué. Dorian hizo caso omiso de mi advertencia y gateó sobre mí, hasta acercar su rostro demasiado al mío.

A pesar de la sangre en su labio, me sonrió plenamente.

Y entonces, justo en ese momento, rodeados de oscuridad y silencio, fue lo que lo reconocí. Lo recordé plenamente, con un latigazo que me estremeció y enfrió mi sangre. Lo recordé de ese bar ilegal donde yo era mesera, hacía 8 años. Dorian Baudelaire era el cliente rico, el universitario que aparecía cada mes y derrochaba dinero... Hasta la noche donde un enfrentamiento con su amigo casi le causa la muerte.

—¿Ya me recordaste? —una sonrisa ilusionada se pintó en sus labios ensangrentados.

Bajando suavemente, presionó sus labios en mi fría frente.

—Esperaba con ansias este reencuentro, Ann... —murmuró contra mi piel, feliz y apasionado—. ¡Ansiaba verte otra vez...! ¡Tú me salvaste de muchas maneras en ese entonces!

Apreté los ojos debajo de él, mareada por el shock de ese raro reencuentro. Era verdad, yo lo había ayudado en ese momento e incluso le había pedido no morir. ¿Pero haber sido buena con un moribundo me iba a costar un precio alto?

Tatty G.H

¡Hola, querida lectora! ¡Hola y bienvenida a OBSESIVO! Un romance más oscuro, erótico e intenso, donde el concepto de protección se tergiversa y el amor es un sentimiento que estremece, asusta y duele, a manos de un hombre tan atractivo como problemático, que hará TODO por una mujer que no se fía de nadie. ¡Sí te gustó Fraude Matrimonial, esta historia paralela y enlazada te encantará!

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