"Podrás irte en cuanto te recuperes y ya no necesites un tutor". La mansión, que en sus enormes rejas frontales tenía una enorme R cursiva, en señal de que la propiedad pertenecía a la familia Rothschild, era demasiado grande para estar habitada solo por 2 personas. Cada rincón de ese lugar aislado parecía diseñado para ser admirado, no vivido. Todo allí era automatizado: las cortinas se abrían solas con el sol, las luces se encendían al paso y, sin embargo, no había ni un alma, más que él y yo. Parecía que la casa había sido construida para no necesitar de nadie. Ningún jardinero. Ningún cocinero. Ningún enfermero. Solo Nathanniel. Siempre Nathanniel Rothschild. Y las cámaras. Las había notado a los días de estar allí, en los marcos de las puertas, en los floreros, incluso en lo alto de los corredores. Pequeños ojos mecánicos que no parpadeaban. En mi habitación, me observaban mientras dormía, mientras comía, mientras entraba al baño, el único espacio "libre". Y él, cada vez que
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