Mundo ficciónIniciar sesiónEse hombre, ese extraño, con su sonrisa perfecta y su voz suave... Parecía guardar demasiado. Escondía algo que aún escapaba de mis ojos.
Nunca hubiese imaginado que estuvo al borde de casarse, que el accidente entre su coche y el taxi donde yo viajaba había frustrado una esperada boda entre una pareja bien posicionada. Pero resultó ser cierto, lo vi en televisión nacional como parte de los programas de chismes y notas de la alta clase.
"ESCÁNDALO EN LA ÉLITE EMPRESARIAL: DORIAN BAUDELAIRE ABANDONA MATRIMONIO.
Un giro inesperado ha sacudido los elevados círculos financieros y sociales más exclusivos del país. Dorian Baudelaire, Ceo de la prestigiosa firma de seguridad privada Baudelaire Global, dejó planada a su prometida de 2 años, una heredera francesa de una cadena bancaria, en la misma noche de la boda".
Me encogí en la cama con el corazón tembloroso, viendo en la tv a cientos de reporteros apostados a las puertas de un gran hotel en la metrópoli de la ciudad, estaba repleto de seguridad y autos; era la supuesta noche de la boda. Todos los reporteros tomaban fotos y videos a los confundidos y distinguidos invitados. Todo era un enorme revuelo mientras esperaban la llegada del novio.
"La ceremonia, que prometía ser unos de los eventos más comentados del año, fue abruptamente cancelada minutos antes ante cientos de invitados y medios internacionales. Según fuentes cercanas, el matrimonio formaba parte de una alianza estratégica entre ambas dinastías empresariales, lo que ha intensificado el escándalo y ha abierto muchas dudas, incluida la posibilidad de una amante. Hasta ahora el CEO de la empresa de seguridad, Baudelaire Global, no ha dado explicaciones sobre la ruptura de su esperada boda". El presentador terminó con un tono irónico y pasó a otras noticias.
Apagué el televisor y descansé la cabeza en el respaldo de la cama, con una inmensa culpa llenando mis venas de solo imaginarme lo humillante que debió ser para la prometida que Dorian nunca llegará a su boda. ¿Por qué abandonar a una casi esposa para casarse con una extraña? ¿No había otra forma de resolver el incidente del choque? ¿Dorian era alguien demasiado bueno, que se había arruinado a sí mismo con tal de salvarme?
Durante las siguientes semanas me carcomió el remordimiento por haber ocupado el privilegiado lugar de "esposa" que debía ser de otra... Pero fui la única con culpa. Dorian no volvió a mencionar a sus padres, tampoco dijo nada sobre situación de su empresa y mucho menos habló sobre su boda, ni sobre las notas que salían todos los días tachándolo de "cruel" y "poco hombre", y tampoco habló sobre la novia que dejó plantada.
Siguió siendo el mismo esposo dedicado y el enfermero más atento conmigo... Pero había algo en su voz, en su actuar, en sus miradas y gestos... Algo que no era compasión. Era otra cosa. Más profunda. Más oscura.
Y, de repente, su comportamiento cambió. Una mañana simplemente dejó sobre la cama una caja. De madera clara, con herrajes dorados y un cierre magnético. La colocó frente a mí con una expresión serena.
—Tus pertenencias —dijo simplemente y sin resistencia.
Abrí la tapa con cautela. Dentro, para mi alivio, estaban mi teléfono, mi pasaporte, mi cartera sin dinero, mi reloj y mi documentación personal. Todo lo que había desaparecido en el accidente estaba allí, intacto y a salvo. Sonreí de pura emoción, tocando todo.
—¿Por qué me lo devuelves ahora? —levanté la mirada, notando con sorpresa una expresión ligeramente sombría.
—Porque quiero que confíes en mí, Anastasia —respondió mirándome—. No quiero que pienses que estás atrapada, porque no es así, de ninguna manera.
Momentáneamente pensé en lo vacía que estaba esa gran mansión y en las cámaras en cada rincón y pasillo. Luego me miré la pierna, todavía con el yeso y que me prohibía ir a ninguna parte por mi propia cuenta. Esa falta de movilidad me obligaba a depender para todo de mi supuesto marido, incluso para ducharme y vestirme.
—Te lo devuelvo todo —se sentó al borde de la cama, muy próximo a mí y estiró un fuerte brazo para acomodarme algunos cabellos tras la oreja.
Me sonrió, tan ligero y atractivo, que inevitablemente pensé en la desgracia que debió ser para esa pobre mujer haber perdido la oportunidad de ser la esposa de un hombre como ese. Nathaniel era la definición de hombre y marido perfecto; no solo era atento y dedicado, era apuesto, amable y más considerado que ninguna otra persona conocida.
Yo siempre me había topado con desgraciados y hombres que buscaban sobrepasarse conmigo, que pensaban que podían maltratarme y poseerme por el hecho de estar sola, pero Dorian no era así. Incluso en la ducha, cuando me pasaba una esponja por todo el cuerpo desnudo y me enjabonaba por completo, lo hacía con dedicación, pero sin pizca de morbo.
—Aunque aún no necesitarás nada de esto —tomó entre sus largos dedos mi cartera, pero término desechándola casi con desagrado.
Fruncí el entrecejo y tomé el celular.
—Llamaré a mi jefe... —le dije, pero me callé enseguida.
El teléfono encendía, pero no tenía señal, ni siquiera wifi. Miré todo lo demás en la caja y comencé a comprender eso de "no necesitar". El pasaporte estaba vigente, pero no podría salir del país sin la autorización de mi "tutor y esposo", por mi condición lesionada. Aunque mis pertenencias estaban allí, nada funcionaria sin su permiso. ¿Aquello era una ilusión? ¿Una vitrina de falsa libertad?
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté directamente, alzando la vista e irguiéndome en las almohadas, mirándolo con ojos afilados—. ¿Me lo das todo, pero no puedo usarlo?
Para mí, mi voz sonó firme y amenazante. Pero de inmediato me di cuenta de que el efecto no era el mismo en él, porque Dorian solo me sonrió y ladeó el rostro un centímetro, observándome con una calma inquietante. Me miraba como si yo fuera un perro de raza pequeña, ladrador, pero incapaz de causar daño.
—"Usarlo" ¿Por qué necesitarías usarlo ahora? —su voz guardaba un matiz extraño bajo ese tono amable y paciente—. No hay necesidad de usar nada de esto, Anastasia. No ahora.
Me tragué un subidón de rabia, porque aunque me causaba gran enfado, él tenía toda la razón: Yo no podía usar nada de eso ahora, porque ni siquiera podía salir de la cama sin ayuda, menos irme a casa por mi cuenta. A pesar mío, ese hombre tenía un buen argumento: no había necesidad de usar todo eso, no aún.
—En unos días más, apenas dejes el yeso, iremos a un cóctel —añadió, como sí cambiará de tema—. La organiza un amigo cercano. Quiero que vengas conmigo. Será divertido, un cambio de aire.
—¿Cómo acompañante?
—Como mi esposa —me corrigió él.
Antes de poder decirle que no deseaba ir con él a ninguna parte, más que al aeropuerto, él me quitó el celular de la mano y lo devolvió a la caja, para después cerrarla con un golpe seco. Colocó todo en un mueble alto, fuera de mi alcance.
—¿Qué quieres cenar esta noche? Te preparé tu platillo favorito —me dijo, haciendo caso omiso de mis ojos fijos en él con creciente hostilidad.
Y cuando se inclinó sobre mí, llenándome de su aroma a perfume caro, incluso se atrevió a plantar un tibio beso en mi frente.
—Sé buena chica, ¿quieres? —suspiró esa única frase antes de dejarme y salir.
Yo lo seguí con la mirada hasta que cerró la puerta detrás de él e instantes después, solté una breve risita entre dientes. ¿Mi platillo favorito? A pesar de ser considerado y buscar siempre consentirme, ese hombre no me conocía; no conocía mis gustos, mis pasatiempos y mucho menos mi comida preferida.
No obstante, más tarde, cuando vino por mí y me ayudó a llegar al comedor, una mezcla de distintos sentimientos me invadieron apenas me senté. En la mesa, en mi plato, estaba servida mi pasta favorita. E incluso se veía mucho mejor que cuando yo la cocinaba. ¿Había acertado por suerte?
—¿Quieres probar? —enseguida envolvió algo de pasta en el tenedor y lo dirigió a mis labios.
Mi desconfianza aumentó, pero el olor era tan bueno que mis labios se separaron con duda y terminé aceptando la comida directamente de su mano. Él sonrió suavemente al verme comer, parecía feliz, más que eso, dichoso.
—¿Te gusta?
Aunque no quería admitirlo, asentí lentamente. A diferencia de lo que esperaba de un hombre tan rico y posicionado, este hombre no se sentó a la cabeza de la mesa, lo hizo a mi lado.
—Anastasia, aborrezco que te enfades conmigo —tomó mi mano derecha entre las suyas y acarició el anillo de casada, rozando los diamantes con la yema de un dedo. Su ceño se frunció ligeramente, viendo nuestras manos entrelazadas—. No lo tolero. De hecho, es la primera vez en mi vida que detesto estar en malos términos con alguien.
Me acarició los dedos con una suavidad extrema y dulce, que erizó mi piel sin querer.
—Acabo de descubrir que odio pelear contigo —cerró los ojos y elevó nuestras manos, para apoyar la frente en el dorso de la mía.
Presionó el rostro en mi piel y se quedó así un rato. Con la cara algo caliente, observé discretamente el perfil de su rostro, miré la nariz alta y recta, las pestañas largas y claras, curvadas hacía arriba, la mandíbula marcada, el mentón partido... Dorian Baudelaire, de raíces francesas, era el ejemplo perfecto de un hombre: poseía riqueza, tenía una personalidad atrayente y su aspecto... Su aspecto era masculino y atractivo en todo sentido.
¿Pero existen los hombres tan perfectos? No lo creía, una vida dura me había enseñado que los hombres más apuestos y nobles no siempre lo son.
Más tarde, esa misma noche, mientras dormía, inusuales voces bajas y las luces del pasillo encendiéndose me hicieron despertar. Me levanté de la cama como pude y tomé la muleta para salir de la habitación y caminar descalza por el pasillo. Dorian tenía su habitación justo al frente de la mía, pero no parecía estar en ella.
¿Acaso alguien más estaba en esa casa, siempre solitaria?
La idea de un visitante me llenó de curiosidad, que seguí avanzando hasta que, al fondo, vi la puerta del estudio de Dorian entreabierta. Una luz cálida se filtraba por la rendija. Cuando no estaba conmigo, él trabajaba allí, pero nunca lo hacía de noche.
Me acerqué sin hacer ruido, y me detuve justo antes de ser vista.
Dentro, Dorian Baudelaire estaba de pie, con la espalda recta y los brazos cruzados en el fuerte pecho. Frente a él y de espaldas a la puerta, un hombre de traje oscuro, rostro anguloso y expresión tensa hablaba en voz baja pero firme.
—No puede seguir ignorando esto, señor. La familia de la novia está furiosa. Reclaman por la humillación y el desprestigio al que sometiste a su hija al plantarla en el altar y desaparecer. ¿Sabe lo que esto significa para los acuerdos firmados previos a la boda, pensando que habría una alianza?
Dorian no respondió de inmediato. Su rostro, iluminado por la tenue luz de la lampara en el escritorio, lo hacía ver distinto. No parecía el mismo hombre que me atendía con dedicación y amabilidad cada día. Era otro. Frío. Serio. Inexpresivo.
—Los acuerdos se renegocian —dijo al fin, con voz cortante y cargada de una helada irritación—. ¿A eso viniste a decir a mitad de la noche? ¿Tan urgente era escupir esa palabrería y amenazas inútiles que tocas a mi puerta y perturbas mi hogar?
Aunque el hombre con él lucía fuerte, su rostro mostró algo de nerviosismo.
—Es mi trabajo, ¿no, señor Baudelaire? Además, eso no es todo, ¿qué hay de su ausencia en la empresa? Lleva días sin presentarse y los accionistas están inquietos por su silencio. Los rumores también se propagan...
—¿Qué rumores?
El hombre avanzó un paso y bajó la voz aún más, volviéndola un apresurado susurro.
—Dicen que usted está ocultando una mujer en su casa. Nadie sabe quién es, pero se comenta que algunos reporteros que buscan una jugosa nota sobre usted, la han visto tomando en sol en los jardines de esta mansión: una chica joven y bonita, de cabello oscuro, que se mueve con muletas.
Cuando me describió con escalofriante exactitud, sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Me apoyé en la muleta, conteniendo una respiración agitada. Había planeado recuperarme, romper ese matrimonio e irme, todo en silencio, como un fantasma. ¿Pero esos molestos reporteros me lo permitirían?
—¿Y qué más dicen? —preguntó Dorian con un deje burlón—. ¿Han hablado sobre lo preciosa que es?
—Dicen que es la amante por la que abandonó a su prometida. Tal vez solo sea cuestión de tiempo para que todos sepan que se ha casado con ella y que realmente vive en esta casa.
Ante la mención de nuestro matrimonio, una imperceptible sonrisa casi apareció en ese rostro, ahora severo.
—Solo tú en la empresa sabe de mi esposa, ¿no, Allan? Mientras mantengas la boca cerrada, yo me ocuparé de todo.
A esto, siguió un breve silencio. No lo había dicho explícitamente, pero era básicamente una amenaza sutil, un "sí se sabe, será por ti".
—Por otro lado, la policía quiere reabrir la investigación del accidente, alegando inconsistencias en el informe original.
Solo entonces Dorian cambió su postura, mostró una actitud rígida y su rostro se volvió una sombra.







