Ravi frunció el ceño totalmente incrédulo.
"¿Escuché bien?" —se preguntó con una mirada tensa y fija en el espejo retrovisor. Entonces, el sonido volvió, un llanto apagado y tembloroso. Esta vez, el sonido era un poco más claro. —¡Es un... llanto de bebé realmente! —confirmó, molesto e incrédulo, mientras sentía su corazón acelerarse y una corriente de adrenalina recorrer sus venas, mezclando rabia e indignación. Aún detenido dentro del coche pensó: "¿Sería realmente posible que alguien hubiera puesto un bebé dentro de mi maletero?" Sin embargo, el llanto, que al principio era bajo, en cuestión de segundos se convirtió en un grito claro y desesperado. —¿Qué demonios estaba pasando? —susurró. Sin perder tiempo, salió del coche y caminó hasta la parte trasera. Cada paso suyo que resonaba en el silencio de la noche, mezclado con la humedad del aire, hacía que la atmósfera se volviera pesada, además de todo lo insólito de la situación. Pero al escuchar el llanto infantil con aún más nitidez, Ravi sintió su corazón latir con fuerza mientras se acercaba al maletero. Con la mano firme, dudó un instante antes de abrirlo. Tragando en seco, lo destrabó. La tapa se levantó suavemente, revelando una visión que hizo que su cuerpo se congelara... y que sus ojos se abrieran de par en par, mientras se quedaba fijo en la figura dentro del compartimento. Por un momento, su mente se negó a procesar lo que veía. Una joven, encogida, sostenía a un bebé contra su pecho. Sus ojos verdes estaban muy abiertos, reflejando una mezcla de miedo, alivio y confusión. El bebé, de piel sonrosada y cabello oscuro, lloraba con desesperación, sus manitas pequeñas abriéndose y cerrándose frenéticamente. Ravi parpadeó, intentando convencerse de que no estaba delirando. Su cerebro luchaba por juntar las piezas. "¡¿Cómo es posible?!", pensó. La mujer delante de él respiraba con dificultad, aferrando al niño con fuerza, como si aquel pequeño cuerpo frágil fuera su única ancla a la realidad. Pero algo más captó su atención: el perfume. Era de ella. El mismo aroma dulce que lo había atormentado durante todo el trayecto. Por un instante, el tiempo pareció desacelerarse. Observó cada detalle de la desconocida: el cabello largo y oscuro pegado a la piel húmeda, la ropa arrugada, los labios temblorosos. Sus ojos, grandes y expresivos, eran idénticos a los del bebé. Cuando Malú, aún dentro del maletero, vio al dueño observándola con una mirada totalmente incrédula, fue como si su mundo se detuviera. En su mente se creó una mezcla de miedo y alivio: miedo porque no sabía cuál sería el siguiente paso de él, alivio porque había salido de aquella asfixia y podía sentir cómo la pequeña finalmente se consolaba en sus brazos. Por otro lado, para Ravi tampoco era diferente. Ante sus ojos, veía a una hermosa mujer de ojos verdes y asustados salir de su maletero con un bebé. Todo parecía tan irreal. Cuando la mujer, toda encogida, salió definitivamente del maletero con el bebé en brazos, él parpadeó nuevamente, apartando el estupor, y preguntó: —¿Quién eres tú? —su voz salió firme, pero sin agresividad—. ¿Qué haces en mi coche? ¿Y cómo lograste entrar? La mujer lo miró con una mezcla de asombro y miedo. Su pecho subía y bajaba de forma irregular, y Ravi vio las lágrimas brillar en sus ojos, como si estuviera al borde del colapso. Sintió un extraño impulso de protegerla, pero su razón gritaba más fuerte, y aún seguía confuso e intrigado con la situación, por lo que volvió a hablar: —Te he preguntado quién eres. Dijo él, entre incrédulo y fascinado. Sin embargo, pensando rápido, Malú apretó los labios y, con un leve temblor en la voz, respondió en ruso: — Извините, господин, я не понимаю, что вы говорите. (Disculpe, señor, no comprendo lo que dice.) Ravi parpadeó, con la mandíbula caída, y pensó: "¿Ruso? ¿La chica está hablando en ruso? ¿Es en serio, o me estoy volviendo loco?" Se inclinó ligeramente hacia adelante, con los ojos fijos en ella. La mujer, por su parte, dio un paso atrás instintivamente, apretando aún más al bebé contra el pecho y mirando en todas direcciones, como si buscara una posible ruta de escape. Pero Ravi sabía que era imposible que saliera de allí, pues el portón ya estaba cerrado y al frente había tres guardias. No obstante, ella también intentaba proteger al bebé del viento y de la llovizna que había quedado tras la lluvia, mientras lo mecía hasta que poco a poco se calló. Por eso, Ravi habló nuevamente: —Te he preguntado quién eres y todavía no he escuchado tu respuesta. Y nuevamente ella habló en ruso, diciendo: — Господин, я вас не понимаю! (¡Señor, no lo comprendo!) Ravi sonrió de lado y, molesto, habló también en ruso: — Возможно, теперь ты понимаешь, что я устал от твоих игр, мисс. Если ты не скажешь сейчас, кто ты и что делаешь с ребенком в моей машине, я немедленно вызову полицию! (Tal vez ahora entiendas, ya me cansé de tus jueguitos, señorita. Si no dices ahora quién eres y qué haces con un bebé en mi coche, llamaré a la policía de inmediato.) El asombro se dibujó en el rostro de la mujer. Ravi notó el instante exacto en que ella se dio cuenta de que él también hablaba ruso con fluidez. Su reacción fue automática: —¡Maldición! —murmuró ella, ahora en español. Ravi habría reído si la situación no fuera tan absurda. —Vaya, vaya —dijo él, cruzándose de brazos—. ¿No es que hablas portugués perfectamente? ¿Pensaste que me engañarías? Ahora, voy a preguntar por última vez: ¿quién eres y qué haces en mi coche? Si no me respondes lo que te he preguntado, llamaré a la policía de inmediato. Vamos, ¡responde ya! Dijo él, tomando el celular y nuevamente bombardeándola con nuevas preguntas: —¿Eres una ladrona? ¿Querías robar mi coche? ¿Ese bebé es tuyo o también lo robaste? ¿Cómo te llamas? Malú solo movía la cabeza en negativo hacia él. Sin embargo, en lugar de responderle, aprovechó su distracción y, mientras él intentaba marcar en el celular, se lanzó en una carrera desesperada hacia el portón. Aun con el bebé en brazos, se movía con una rapidez impresionante; sus zapatillas casi no hacían ruido contra la piedra mojada. Ravi reaccionó en el mismo instante. Con unos pocos pasos largos, la alcanzó y sujetó su hombro. La reacción de ella fue inmediata: todo su cuerpo se encogió violentamente, como si el simple toque de él fuera una amenaza mortal. —¡No! ¡Por favor, no me toque! ¡No me haga daño! El grito de ella resonó en el patio, helando a Ravi hasta los huesos. Él levantó las manos de inmediato, alarmado por la intensidad del pavor en los ojos de la mujer. Ella temblaba, los dedos crispados alrededor de la niña, y el bebé comenzó a llorar de nuevo, contagiado por la desesperación de la madre. —¿Señor Castellani, esa muchacha intentó robarle? —preguntó uno de los guardias, acercándose con cautela—. ¿Necesita ayuda? Ravi les lanzó una mirada severa. —Aléjense. Los guardias obedecieron, aunque permanecieron en alerta. Entonces volvió su atención hacia la mujer. —Nadie va a hacerte daño —dijo, suavizando la voz—. Pero necesito respuestas. Al verlos a todos a su alrededor, Malú se asustó aún más, apoyando la espalda contra el portón, toda encogida, mientras abrazaba a su bebé y lloraba junto con ella, que también volvió a sollozar convulsivamente, con los gritos de Malú y el frío. Entonces habló: —¡Por favor, no! ¡Yo no hice nada, lo juro, señor, no llame a la policía! —dijo Malú, con lágrimas en los ojos. Ravi, al observar aquello, hizo una señal para que los guardias se apartaran de nuevo. La reacción de la mujer mostraba claros signos de traumas. Por eso, poco a poco, intentó acercarse a ella, que dijo: —¡Por favor, señor, no me haga eso! ¡Otra vez no! ¡No lo soportaré! —¿Eso qué, muchacha? —preguntó Ravi con una voz suave. —Si me llevan a la policía, ellos me entregarán a él… y también a May. ¡Por favor, no! —respondió Malú, con un tono de desesperación. —Shhh… calma, muchacha. ¿De qué estás hablando? —preguntó Ravi, mientras comenzaba a desabotonar los botones de su chaqueta. Malú estaba tan asustada que ni siquiera se dio cuenta de lo que él hacía. Solo quería cubrirlas para protegerlas del frío. Sin embargo, cuando ella levantó la mirada y lo vio, entendió algo totalmente distinto. Entonces soltó otro grito de terror. Ravi se acercó de golpe al ver que estaba a punto de desmayarse. Sujetándola entre sus brazos, gritó a uno de sus guardias: —¡Bruno, sostiene a la niña…!