Aquella noche, en su cumpleaños número quince. La fiesta lujosa tenía lugar en la mansión Petrova, una construcción imponente de arquitectura neoclásica, rodeada por un vasto jardín.
Fue allí, bajo la sombra de los frondosos árboles del jardín, donde Viktor se le acercó por primera vez. Malú percibió el aroma amaderado de su perfume que se mezclaba con el perfume floral del entorno, y ese olor, asociado al miedo que sintió hacia él, le provocó náuseas. Él tomó su mano con firmeza y la atrajo más cerca. —Eres mía, Malú —susurró, con los labios casi rozando su oído—. Y no importa adónde vayas, jamás podrás huir de mí. Ella sintió un escalofrío recorrerle la espalda e intentó apartarse, pero él la sujetó de la cintura con fuerza, inmovilizándola contra su cuerpo. En ese momento, sus ojos, de un azul profundo y gélido, brillaban como una amenaza silenciosa. —Ya te lo advierto, Malú —continuó él, bajando la voz—. Si permites que algún idiota te toque, acabaré con él… y lo mataré lentamente. Y tú presenciarás su muerte. El miedo la paralizó. Su estómago se revolvió y su mente quedó en blanco. Después de aquel instante, su fiesta perdió cualquier vestigio de felicidad. Quiso contárselo a sus padres. Quiso gritar. Pero temía demasiado por ellos. Y lo peor era que jamás llegaron a percibir el verdadero rostro de Viktor. Sin embargo, después de aquella noche, la vida de Malú se convirtió en una verdadera pesadilla. Recordó que la casa donde había crecido era completamente diferente de la casa de los Petrova. También era una mansión amplia, pero acogedora. Estaba rodeada de un jardín vibrante, donde una gran variedad de flores exhalaban fragancias suaves. Y dentro de la casa, los muebles de maderas nobles transmitían una sensación de hogar. Allí era donde ella se sentía segura, o al menos debería sentirse, pero incluso ese lugar terminó manchado por la presencia de Viktor. Una noche, cuando tenía apenas dieciséis años, él apareció de sorpresa a la salida del colegio. La arrastró hasta un callejón oscuro y le robó su primer beso de forma brutal, castigándola al besarla por la fuerza. Sus labios eran despiadados, y el dolor se extendió por el rostro de Malú. —¿Te gustan mis besos, o los de él, Malú? —susurró Viktor, con los ojos chispeando de celos enfermizos. —¿De él? ¿De quién hablas? —preguntó ella desesperada, llevándose la mano a los labios doloridos. —Del muchacho que tuvo la audacia de tomar tus manos hoy, en la entrada del colegio. Y no sirve de nada que lo niegues, mis hombres están vigilando. El pánico la invadió. Al descubrir que Viktor mandaba a sus hombres a vigilarla, llorando le imploró: —¡Por favor, Viktor, no! ¡No le hagas daño a Yuri, te lo suplico! Te juro, Viktor, que no tengo nada con él, es solo mi amigo. Él sonrió con una mueca cruel y vacía. —Entonces escucha, y grábalo muy bien en tu mente: eres mía. Y si no quieres que tu joven admirador, o cualquier otro, sufra, mantente alejada de los hombres. ¿Me oyes? Ella asintió, con las lágrimas corriendo por el rostro. Entonces él la presionó contra la pared, sujetando su rostro con sus dedos fríos. Ella sintió que, por alguna razón, él respiraba con dificultad. Por suerte, escuchó pasos acercarse. Él maldijo, le tomó del mentón y dijo: —Vete, muchacha, antes… antes de que olvide lo que me prometí a mí mismo. Y no pueda esperar más para hacerte mía. Ella corrió. Huyó como si el infierno entero la persiguiera. Su corazón martillaba en el pecho, y el aire parecía faltarle en los pulmones… Malú despertó de un sobresalto, sintiendo su cuerpo pesado, como si estuviera envuelto en una densa niebla. Su cabeza latía con fuerza, y una leve sensación de sopor dominaba sus sentidos. El colchón suave bajo su cuerpo era distinto a todo lo que estaba acostumbrada últimamente: tenía un tacto aterciopelado, demasiado cómodo para ser un lugar familiar. Un perfume floral y amaderado flotaba en el aire, mezclándose con el olor fresco de las sábanas recién lavadas. Con esfuerzo, abrió los ojos y parpadeó varias veces para acostumbrarse a la claridad difusa de la habitación. El entorno a su alrededor era sofisticado y moderno, como si hubiera salido directamente de una película. Las paredes, pintadas en un elegante tono crema, tenían detalles dorados que reflejaban la luz suave que entraba por el gran ventanal de vidrio. La lámpara de araña que colgaba del techo irradiaba un brillo delicado, dando al lugar un aire de refinamiento. Por un breve momento, Malú se sintió perdida, como si estuviera viviendo un sueño irreal. Pero entonces, el pánico la golpeó de lleno. Su pecho se oprimió cuando el recuerdo de la noche anterior surgió en su mente, y su corazón comenzó a latir descontroladamente. —¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? Dios mío, ¿será que estoy otra vez en manos de Viktor? Entonces, se dio cuenta de que May no estaba a su lado, y se aterrorizó aún más. Su cuerpo reaccionó antes de que su mente procesara la situación. Intentó incorporarse de golpe, pero su cabeza giró violentamente, y un mareo aplastante la obligó a apoyarse en las almohadas. Su respiración se aceleró, y un frío intenso recorrió su espalda. Fue entonces cuando su mirada se dirigió hacia la ventana, y lo que vio hizo que su sangre se helara. La pequeña May dormía plácidamente en el regazo de un hombre desconocido. Él estaba sentado en un sofá junto a la ventana, con la cabeza apoyada en el respaldo, y su pecho subía y bajaba en una respiración tranquila. Los rasgos bien definidos de su rostro se iluminaban con un rayo de luz dorada que atravesaba la cortina entreabierta. Su cabello oscuro estaba ligeramente despeinado, y su expresión serena contrastaba con la tormenta de miedo que se formaba en el pecho de Malú. Ella llevó las manos a la boca, ahogando un sollozo. Sus ojos, muy abiertos, se fijaron en él, y poco a poco, los recuerdos regresaron como destellos desordenados. El hombre se había acercado a ella, su cuerpo cediendo al agotamiento, y la inconsciencia la había devorado. Un escalofrío recorrió su piel cuando se dio cuenta de que el extraño también estaba despertando. Él abrió los ojos lentamente, parpadeando varias veces antes de enfocar en ella. Una sonrisa suave curvó sus labios y, al contrario de lo que esperaba, su expresión no mostraba amenaza, sino una mezcla de curiosidad y gentileza. —¡Buenos días, señorita! Por favor, no tenga miedo. Está a salvo aquí. ¿Se siente mejor? —preguntó Ravi; su voz aún estaba ronca por el sueño, pero seguía siendo firme y acogedora. Malú tragó saliva, aunque su garganta seca dificultaba hablar en ese momento. El miedo todavía palpitaba en sus venas, sobre todo al recordar la amenaza anterior de que él llamaría a la policía. Al principio no supo qué responder. No entendía por qué ahora él estaba siendo tan amable. Pero la preocupación por May era más fuerte, así que respondió: —Buenos días, sí... sí estoy bien —murmuró ella, vacilante. Sus ojos no se apartaban de la pequeña que descansaba en los brazos de él; su instinto gritaba protegerla a toda costa.