Mientras tanto, dentro del coche, Malú estaba tan nerviosa como Ravi. Su corazón latía acelerado, las manos sudaban y la ansiedad amenazaba con dominarla. Cuando llegó a la puerta de la catedral y escuchó los primeros acordes de la marcha nupcial, sintió que las lágrimas brotaban en sus ojos —no de miedo, sino de gratitud por aquel momento tan soñado.
Antes de ceder a la emoción, Olga le susurró a su lado, sujetándole el velo con cariño:
—¡Ahora no, querida! ¡Mira el maquillaje!
Malú rió entre lágrimas, respirando hondo. El aire estaba impregnado del perfume de las flores del ramo, y el sol dorado de la tarde bañaba la entrada de la capilla como una señal de bendición.
Entonces sostuvo firmemente las manos de Eduardo y Breno Ramírez, decidida a entrar con los dos. Eduardo, el hombre que había ayudado a moldear a Ravi en el esposo amoroso que era hoy, y Breno, su padre biológico, que, aunque tarde, había encontrado la redención. Juntos simbolizaban el pasado y el futuro uniéndose en ar