Malú no podía apartar la mirada de Breno. Incluso en pocos días desde la última vez que lo había visto, su apariencia parecía haber cambiado. Estaba aún más pálido, más frágil, como si el peso de los años y de la enfermedad hubiera avanzado rápidamente sobre él. Era extraño ver a aquel hombre que, según Gabriel, había sido un día tan imponente. Pero ella no se dejó conmover tan fácilmente.
Se volvió hacia Gabriel, seria, la voz cargada de resentimiento:
—Ravi jamás te habría dejado traerme aquí si supiera adónde me estabas llevando —afirmó.
—Sabes muy bien que la presencia de este hombre no me hace bien.
Gabriel sostuvo la mirada de su hermana, manteniéndose firme.
—Escucha, Malú… Solo dale una oportunidad. Óyelo con atención. Después, si quieres juzgarlo, júzgalo como quieras, y si quieres odiarme por esto, está bien, tendré que aceptarlo. Pero yo necesitaba hacer esto, hermana mía, y solo entenderás por qué cuando lo escuches.
Ella permaneció en silencio, cerrando los puños a los co