Capituló 4 En esa casa

—Evole… —Oigo la voz de Carol.

—Ayúdame a alistarme —le digo levantándome de la cama.

—Claro, pero primero ven, iremos a darte un baño y a curarte.

Carol me toma de la mano mientras yo me despojo de mis pantalones y comenzamos a caminar hacia una puerta que está dentro de la habitación.

Al entrar veo un baño muy lujoso; Carol me sienta con cuidado en una silla y empieza a llenar la tina. Veo que le echa algo al agua. Después se acerca a mí y me ayuda a quitarme los últimos harapos que quedan de mi ropa.

Me ayuda a entrar en la bañera y noto que el agua huele a lavanda.

—La lavanda te ayudará a relajar tus músculos y a que te recuperes.

Ella toma una esponja y empieza a limpiarme los brazos.

—Carol. —Le hablo.

—Sí, Evolet. —Me responde.

—Puedo preguntarte algo.

—Sí, claro.

—¿Qué debo de hacer para que cuando esté con un hombre no me duela?

Ella se detiene y me mira a los ojos. Para asegurarse de que sí escucho bien.

—Bueno, debes de tranquilizarte, relajarte e imaginar que el hombre que te está besando es alguien más. Porque si lo haces sin haberte preparado, te pasará lo de hoy; solo te lastimarás. —Me explica, pero para mí eso no me sirve de nada.

—Pero cómo me imagino estar con otro hombre si nunca he estado con ninguno. —Le soy sincera.

—Debes de imaginar que te gusta hacerle creer a tu cuerpo que le gusta, sin importar que el hombre que esté contigo huela a tabaco, alcohol o, peor, utilice drogas.

—Está bien. ¿Y a dónde me llevarán? —indagó.

—No te preocupes, yo iré también. Iremos a una casa de negocios, a complacer a algunos hombres, pero la diferencia es que solo seremos 10 mujeres para unos 15 o 20 hombres.

—Entonces eso significa que tendré que estar con más de uno.

—Me temo que sí. —Me confirma.

—¿Tú también lo haces?

—Sí, Riccardo utiliza a todas las mujeres; no importa que yo sea la que se encarga de ustedes, yo trabajo igual. —Me responde.

—Pero dime, ¿qué fue lo que dijiste? Que cuando las mujeres no son útiles, ¿qué les hacen?

Ella se queda un momento pensando si decirme o no.

—No te preocupes por eso, eres joven y linda; tú tendrás muchos hombres interesados en ti. —Contesta, pero eso no me hace sentir bien.

—¿Entonces ellos pagarán por mí?

—Sí, pero todo el dinero es para Riccardo. Muchos de los hombres le pagan por adelantado y otros nos pagan después de darles placer. Así que no se te olvide cobrarle o si no Riccardo te azotará.

—Está bien.

Veo a lo lejos por la ventana unas enormes puertas que al llegar se abren de par en par. El auto entra y de inmediato noto el enorme y hermoso jardín.

—Mis reinas. Es hora de ponerse a trabajar y ya saben. La que no me traiga su dinero completo, dormirá con los cuerpos putrefactos del último piso.

Veo cómo una por una van bajando, hasta que baja Carol y, por último, yo. Pongo mis pies en el piso de cemento y me acomodo el vestido. En eso estoy por dar el primer paso, pero el señor Riccardo me toma del brazo y yo lo veo a la cara.

—Tú te irás conmigo.

No digo nada aunque por dentro de mí quiero agarrarlo a patadas. Pero debo de ser lista y salir de esto como sea.

—¡A trabajar, mis niñas! —grita Riccardo.

Algunas de las chicas que vienen conmigo se dispersan entre las mesas. Algunas veo cómo de inmediato se sientan en las piernas de los hombres y otras se recuestan en las mesas enseñando sus atributos. Mientras que yo no aparto la mirada del trabajo que ahora en adelante tendré que hacer.

—Qué gusto verlo, señor Richter.

Escucho la voz de un hombre a nuestras espaldas y el señor Riccardo y yo volteamos. Mis ojos se encuentran con un hombre de más o menos la misma edad que Riccardo, pero con la diferencia de que este hombre frente a nosotros está un poco más gordo.

—Hola, señor Rizo, el placer es todo mío —saluda Riccardo.

—Mmm, pero ¿quién es esta hermosura? —los dos voltean a verme a mí.

—Ella es ni más ni menos que mi nueva adquisición; me acaba de llegar esta mañana.

Mis ojos no se apartan del señor Rizo. Que no quita la mirada de mí; noto cómo se relame los labios. Como si fuera un postre del que tiene ganas de comer.

—Mmm, entonces está limpia. ¿Cuánto por estar con ella?

—El doble.

—Entonces debe de ser buena como para que pidas tan enorme cantidad. Pero está bien, ven para darte el pago.

Observo cómo el señor Rizo da la vuelta para irse. Riccardo pega su boca a mi oído.

—Ve con Carol; cuando todo esté listo iré a buscarte —me susurra al oído y veo cómo se va.

Mientras yo miro a todos lados en busca de Carol, noto cómo todos los hombres en esa sala me miran como si fueran cazadores asechando a su presa. Veo a lo lejos en la barra a Carol y me apresuro para acercarme a ella. Llego y me recargo a su lado.

—Pensé que estaría haciendo lo mismo que las demás chicas.

—Pues a mí me es más porque la mayoría de estos hombres prefieren a estas niñas que a mí.

—¿Cómo puedes decir eso si tú eres muy bella?

—Sé que soy bella, pero estos hombres buscan niñas de 18 a 28 años y yo ya no estoy en esa categoría; cada vez que me acerco a uno de ellos. Solo me hacen a un lado.

—Eso es genial, ¿no lo crees?

—No lo es, Evolet.

—¿Por qué? Si tú no tienes que estar acostándote con estos hombres a fuerza.

—Porque mira hacia donde está el señor Riccardo y observa cómo me mira.

Hago lo que me dice. Volteo a ver hacia donde está Riccardo. El otro hombre le entrega el dinero, pero a la vez voltea a donde estamos y tiene una expresión temerosa que da miedo. Pero esa mirada no es para mí.

—¿Y esa mirada qué significa?

—Que está pensado hacer conmigo, lo más probable.

—Pero ¿por qué es así? Sí, tú eres la que nos cuida.

—Entiende, para él no somos nada, solo somos unos animales de los cuales puede sacar dinero sin importar que salgamos lastimadas.

—Pues necesito una explicación más precisa porque solo me estás dando indirectas que la verdad no logro entender.

—Shhh, después hablamos de eso ahí bien, el señor Riccardo.

Volteo a ver hacia la dirección donde estaba Riccardo y sí, efectivamente veo que él se acerca a nosotras y se detiene en frente de nosotras.

—Carol, ve a mover el trasero a otro lado y, si es necesario, ten sexo con uno de ellos aunque sea aquí frente a todos, a ver si así les llamas la atención.

—Sí, señor. —Carol se marcha de ahí hacia una de las mesas.

—El pago está listo, así que ven conmigo.

Él me toma del brazo, jalándome hacia las escaleras. Subimos hasta llegar al segundo piso de la casa y comenzamos a caminar por un corredor lleno de puertas. Al pasar con algunas, se puede escuchar cómo salen gemidos y gritos. Pero ya de qué es lo que está pasando.

—Espero que hagas bien tu trabajo. Él ha pagado muchísimo dinero por ti, así que espero que lo complazcas en todo. Si no lo haces, te meteré un hierro por la vagina. —No respondo nada; él me aprieta más mi brazo, provocando que me duela.

—Entendiste.

—Sí, señor Riccardo. —Respondo de manera obediente.

—Así me gusta. —Él sonríe satisfecho.

Él me lleva hasta una puerta que está más al fondo. Nos detenemos y él toma la perilla, abriendo la puerta y aventándome adentro.

—Aquí está su chica, señor Rizo.

Veo hacia el frente y me encuentro con ese hombre gordo acostado en la cama sin ropa alguna. Puedo ver su miembro flácido al descubierto. Escucho cómo la puerta se cierra, dejándome a solas con ese hombre horrible.

—Ven, linda, recuéstate a mi lado —volteó a ver a ese hombre.

Y doy un suspiro y me comienzo a acercar a la cama. Me siento en ella y me recuesto al lado de ese hombre.

Él de inmediato mete su mano dentro de mi escote, jugando con mi pezón y a la vez apretándolo con fuerza. Yo solo hago muecas de dolor.

—Qué piel tan suave tienes.

No digo nada más. Cierro mis ojos. Siento cómo ese hombre mete la mano por debajo de mi vestido. Hasta que percibo su mano en mis bragas. Inserta uno de sus asquerosos dedos dentro de mi parte íntima. .

Intento aguantar el dolor y el hombre mete sus dedos en mi interior.

—¡Ah! —gritó de dolor.

~Qué hermosos gritos. Pero quiero oír más.

Saca sus dedos de mí y sin más se sube arriba de mí. Metiéndose entre mis piernas. Haciendo que me abra más de lo normal. Él se pone el preservativo y sin más se deja caer encima de mí.

Tomo la almohada y me la pongo en la cara porque sé que esto va a doler y en eso siento como ese hombre se mete en mí.

Intento no gritar y no hacer ningún ruido. Mientras él se mueve encima de mí. Pero lo bueno es que no dura mucho y se baja de mí en unos minutos después.

Se acuesta a mi lado y yo me quito la almohada de la cara y lo veo de reojo.

—Valió la pena cada billete —dice ese hombre.

No respondo nada porque me dan ganas de matarlo en este preciso momento. Veo cómo se levanta y se comienza a vestir mientras yo sigo acostada en la cama.

Veo que busca algo en su bolsillo; ya me imagino qué va a sacar. Me levanto de la cama totalmente enojada. Me acerco a la puerta y la abro, salgo de ahí. Me voy por todo el corredor, bajo las escaleras y, apresuradamente, sin que nadie me mire, salgo al jardín decidida a escaparme.

Corro por el jardín hasta llegar a una de las paredes y busco la manera de salir. Observó un árbol a lo lejos, me acerco rápidamente y me dispongo a trepar.

—¿A dónde vas? —escucho la voz de alguien detrás de mí…

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