Después de unos minutos de salir de ese lugar, hemos llegado a la pista de aterrizaje; el jet ya nos está esperando. Bajamos todos de los autos y empezamos a subir. Pero veo que Alex no sube.
—¿Pasa algo, Alex?
—Sabes que tengo que regresar. Me estarán buscando y no puedo dejar que sospechen nada.
—Está bien. Te entiendo.
—Iré cuanto antes, pediré mi traslado para Rusia así para poder estar contigo.
—¿Harías eso por mí?
—Haría eso y más, mi hermosa Evolet.
Me da una enorme alegría escuchar eso; le doy un abrazo y un beso.
—Te estaré esperando —le digo.
—Yo sé que sí, y Franco, cuídala.
—No tienes ni por qué decirlo porque sabes que lo haré.
—Te amo —le digo.
—Yo también.
En eso nos separamos y continúo subiendo las escaleras hasta que por fin entro y tomo mi asiento; observo por la ventana cómo Alex sube a un auto y se marcha. El jet despega y nos vamos de regreso a casa. Franco se sienta a un lado de mí.
—Gracias, Evolet —dice.
—¿Por qué?
—Porque Alex me entregó una i