RUSIA
La mañana se abrió paso entre las nubes grises de Moscú como un susurro lejano. El sol apenas se atrevía a tocar la ciudad que jamás dormía del todo. En la Mansión Baranov, los muros respiraban silencio, y solo el murmullo de las hojas mecidas por el viento interrumpía la calma de aquella fortaleza moderna.
Mikhail se encontraba en su despacho, sentado frente a la mesa de roble negro, revisando informes que habían llegado desde Berlín y Dubái. Las negociaciones avanzaban con precisión quirúrgica, cada paso había sido anticipado y ejecutado según sus expectativas. El imperio Baranov no solo estaba consolidado, estaba creciendo con una agresividad silenciosa.
El sonido de la puerta se abrió con un golpe suave.
—Señor Baranov —anunció Viktor con tono formal, pero firme—. El informe que solicitó... ha llegado.
Mikhail alzó la mirada lentamente, sus ojos de un azul gélido se clavaron en su subordinado.
—Déjalo sobre el escritorio —ordenó sin emoción.
Viktor obedeció, dejando u