La madrugada cubría Moscú con su manto de nieve, pero en el último piso del Petrov Palace, el invierno no estaba afuera… estaba en la voz de Mikhail Baranov. La oficina parecía más un templo que un despacho: muebles de caoba oscura, cortinas pesadas, y al fondo, una enorme pintura del Kremlin, como si incluso el poder político ruso respondiera a él desde la pared. La luz era tenue, pero suficiente para que todos los presentes sintieran cada sombra como una amenaza. Allí estaban sentados los siete hombres más poderosos de Rusia, ministros, generales, empresarios con fortunas imposibles de rastrear. Y sin embargo, en ese momento, todos parecían pequeños frente a Mikhail. Él permanecía de pie, detrás de su escritorio, con las manos cruzadas detrás de la espalda y los ojos clavados en cada uno de ellos. Esos ojos azules, gélidos, imperturbables, no buscaban respuestas… exigían obediencia. —¿Y bien? —preguntó al fin, su voz grave rompiendo el silencio como un disparo seco—. ¿Alguien va
Leer más