3 MESES DESPUÉS
La lluvia caía constante sobre la isla, dibujando hilos de plata sobre los cristales amplios de la residencia. El amanecer se asomaba entre nubes densas, filtrando una luz difusa que jugaba con los reflejos del mar y de los tejados, los centros comerciales y los sanatorios que formaban la infraestructura de la isla. Todo parecía inalcanzable, perfecto y apartado del mundo. Solo un selecto número de personas conocía la existencia de aquel refugio, un santuario que funcionaba fuera del radar, lejos de la vigilancia de gobiernos, mafias o inquisiciones internacionales.
Mikhail Baranov permanecía de pie junto al ventanal, observando el mar embravecido, sus olas rompiendo contra las rocas con un sonido que parecía lavar los restos del pasado. La lluvia caía en cascada, y su reflejo azul intenso se mezclaba con los tonos grises y verdes del océano, un paisaje que le recordaba la magnitud de la soledad que alguna vez dominó su vida. Pero hoy, aquella soledad tenía sentido. H