La noche había caído sobre Moscú con un aire solemne. El cielo, teñido de gris oscuro, parecía prometer secretos guardados entre las sombras. Mikhail Baranov se ajustó los puños de la camisa frente al espejo mientras el mayordomo le informaba con voz firme que el chofer lo esperaba. La invitación había llegado esa misma tarde. Una cena prestigiosa organizada por uno de los ministros del Consejo de Defensa. Políticos, empresarios, figuras del espectáculo... y muchas mujeres.
Una distracción no venía mal.
El salón de la gala resplandecía con una elegancia sofisticada. Candelabros de cristal descendían desde el techo abovedado, y las mesas decoradas con arreglos florales parecían competir por atención con los diamantes que colgaban del cuello de las mujeres presentes. Mikhail entró con paso firme, como un rey que no necesitaba anunciar su presencia para que todos giraran a mirarlo.
Un camarero se acercó con una copa de vino francés, pero Mikhail lo rechazó con un simple gesto. Whisky.