Aleksi la observaba con atención. Natasha dormía plácidamente, envuelta en las sábanas de seda que contrastaban con su piel cálida y su respiración pausada. Era imposible apartar la vista de ella. Cada rasgo de su rostro le parecía hipnótico. Sentía cómo una necesidad intensa le recorría el cuerpo, una mezcla abrasadora entre deseo y obsesión. La quería para él, solo para él. Quería hacerla suya, marcarla de una manera que no hubiese retorno posible. No era solo atracción. Era una necesidad irracional, animal, que lo consumía en silencio.
Jamás pensó que una simple humana pudiera despertar algo así en él. Pero Natasha no era una humana cualquiera. Su aroma a gardenias Lunaria lo desquiciaba: una fragancia que no pertenecía a este mundo, ni siquiera a su raza. Era una flor que crecía únicamente en las regiones cercanas a su territorio, una flor que no debería estar adherida al cuerpo de una mortal. Sin embargo, ella la portaba con una naturalidad inexplicable. Y eso lo enfurecía. Le pr