Habían pasado alrededor de quince días desde que Natasha fue encerrada en aquella oscura y silenciosa mansión. La joven observaba por la ventana, con la frente apoyada en el cristal frío, sin entender en qué momento su vida había perdido todo control. Ahora lo comprendía: aquellas personas no eran humanas. Eran criaturas diferentes, monstruosas. Bestias disfrazadas de elegancia, y jamás imaginó que algo así pudiera ser real.
Sentía una mezcla de sobreprotección, miedo y confusión. Durante la última semana, aquel hombre —ese ser que se hacía llamar Aleksi— no había puesto un pie en su habitación. Sin embargo, no estaba sola. Varias mujeres entraban y salían para dejarle comida, ayudarla a vestirse, peinarla o incluso cambiar las sábanas. Natasha se esforzaba por evitar el contacto físico, por conservar al menos una pizca de su autonomía… pero no tenía opción. Parecía una muñeca. Un títere atado por hilos invisibles que la obligaban a obedecer.
Cuando él estaba presente, su voluntad des