El día había transcurrido con esa calma engañosa que a Brooke le resultaba cada vez más habitual. Turno largo en el hospital, rostros nuevos, urgencias previsibles. Y, sin embargo, dentro de ella, algo no terminaba de asentarse.
Al regresar a casa, se encontró con Lía preparando café en la cocina. Aaron no estaba —probablemente ocupado con algún asunto del negocio— y Aleksei no se veía por ningún lado. Brooke dejó su bolso en el perchero y se sirvió un vaso de agua antes de subir a su habitación.
Necesitaba unos minutos para sí misma. Para entender por qué, desde la noche anterior, sentía que las paredes que había erigido con tanto esmero se estaban volviendo un poco más… porosas.
Había sido una conversación sencilla, casi incómoda en momentos. Y aun así, la sinceridad en la mirada de Aleksei, la forma en que había aceptado su ritmo, sin presionar, sin esperar más de la cuenta… todo eso le había dejado un eco difícil de ignorar.
Se tumbó en la cama unos minutos, con el brazo sobre los