El hospital estaba especialmente agitado aquella noche. Brooke terminaba de revisar una ficha en la sala de urgencias cuando oyó el sonido apresurado de pasos en el pasillo. No era raro; los viernes por la noche siempre traían su cuota de peleas, accidentes y situaciones fuera de control. Aun así, algo en la energía que flotaba en el ambiente le hizo alzar la mirada, alerta.
Un celador cruzó la puerta con rapidez.
—Doctora, acaban de traer a un herido por arma de fuego. Lo están llevando a la sala tres.
Brooke se irguió al instante.
—¿Estado?
—Consciente, herida en la pierna, pero sangrado activo.
Brooke tomó su maletín sin perder el paso y se dirigió hacia la sala indicada. No era la primera vez que atendía casos así, pero la sensación que le oprimía el pecho no tenía lógica alguna. Solo cuando empujó la puerta y sus ojos cayeron sobre el hombre sentado en la camilla, pálido pero con el ceño fruncido, entendió por qué.
Era Aleksei.
Su camisa estaba abierta y manchada de sangre; la pe