El sol apenas despuntaba cuando Brooke abrió los ojos. Tardó un segundo en ubicarse, en recordar dónde estaba… y con quién. La calidez que la envolvía no era la de su cama, sino la de los brazos firmes que la mantenían pegada a un cuerpo que ahora reconocía como su refugio.
Aleksei dormía aún, su respiración profunda y acompasada vibrando contra su espalda. Uno de sus brazos la rodeaba por la cintura, como si incluso en sueños no quisiera soltarla.
Brooke sonrió sin poder evitarlo. ¿Quién le habría dicho, semanas atrás, que estaría así… otra vez entre sus brazos? Y, sin embargo, ahora le resultaba tan natural, tan necesario.
Se quedó unos minutos así, disfrutando del contacto. Pero pronto notó cómo los dedos de Aleksei empezaban a moverse, acariciándole la piel bajo la camiseta que se había puesto tras la noche anterior.
—¿Estás despierta? —murmuró la voz grave y aún adormilada de él, rozando su oído.
Brooke cerró los ojos y suspiró.
—Desde hace un rato. Pero no quería moverme.
Alekse