La casa seguía en silencio cuando Brooke alzó la mirada al reloj. No sabía cuántos minutos, tal vez horas, habían pasado desde que había confesado todo. Seguía apoyada en el pecho de Aleksei, su cuerpo por fin calmado, aunque el corazón latía con una fuerza nueva. No había palabras para definir lo que sentía. Solo sabía que ya no podía seguir negando lo que había entre ellos.
Aleksei acariciaba su cabello con lentitud, cada movimiento tan suave que se le erizaba la piel.
—Deberías descansar —murmuró ella sin moverse—. No deberías haber estado tanto tiempo sentado así.
Él esbozó una sonrisa contra su cabello.
—No iba a soltarte.
Brooke inspiró hondo y se incorporó poco a poco. Lo miró con ternura, pero también con esa determinación que Aleksei siempre había admirado en ella.
—Vamos, subamos a tu habitación. Allí podrás estar más cómodo.
Aleksei la observó, como si en ese momento no supiera si quería dejarla marchar ni un solo instante.
—¿Me ayudarás?
Brooke soltó un suspiro suave, pero