El café era un refugio vibrante en medio de la ciudad, un lugar donde los aromas dulces se mezclaban con la conversación animada de los clientes. Enzo Bourth y Amatista estaban en el centro de atención, ocupando dos sillas al frente de una mesa amplia. A su alrededor, Massimo, Emilio, Mateo y Paolo los flanqueaban, mientras el resto del grupo, compuesto por hombres y mujeres, se dispersaba más relajado hacia los extremos. Sin embargo, las miradas insistentes de Antonio, Santiago y Pedro permanecían fijas en Amatista.
La atmósfera de la mesa oscilaba entre risas y miradas cómplices. Amatista hojeaba la carta con cierto desinterés, más concentrada en el ruido del ambiente que en la elección de su orden. De pronto, se inclinó hacia Enzo, quien estaba absorto leyendo el menú.
—Amor, ¿puedes decidir por mí? —preguntó con un tono suave, mientras su mano descansaba brevemente en la de él.
Enzo levantó la mirada de la carta, su expresión endurecida suavizándose al instante ante la cercanía de