Pensé que al ser adoptada, al fin tendría una familia. Un hogar. Un hermano. Pero en este mundo, nada es lo que parece. Fui vendida como parte de un trato entre mafiosos. Y quien debía protegerme… fue quien me traicionó. Él, mi hermano adoptivo, siempre me miró de una forma distinta. No como una hermana, sino como algo que podía poseer. Cree que el dinero lo compra todo: mi cuerpo, mi silencio, incluso mi amor. —“Pon los ceros que quieras en ese cheque” —me dijo con arrogancia. Pero yo no estoy en venta. Esta es la segunda parte de Vendida a un mafioso, una historia donde la sangre no define los lazos… y donde el amor, a veces, puede ser la forma más peligrosa de prisión
Leer másAhí estaba yo, en medio de una clase de Comercio Internacional. El reloj parecía moverse en cámara lenta, y la voz monótona del profesor no ayudaba en nada.
—Los tratados bilaterales entre países de Asia y América Latina son fundamentales para...
Blah, blah, blah...
No pude más. Dejé caer la cabeza sobre el libro abierto, cerrando los ojos con desgano. Me sentía agotada, no solo por el aburrimiento de la clase, sino por el peso invisible que siempre cargaba sobre los hombros.
¿Cómo terminé aquí?
Bueno, supongo que les contaré, aunque no es precisamente una historia bonita.
Mi nombre es Katherine Park. Tengo 20 años, soy estudiante universitaria, mitad asiática, mitad americana, y oficialmente hija de nadie... o de todos.
Estudio Comercio Internacional, no porque me apasione, sino porque Mery, mi madre adoptiva, dijo que era una buena carrera. Y después de todo lo que ha hecho por mí, lo mínimo que podía hacer era obedecerla.
No siempre tuve esta vida. De hecho, mi verdadera madre me echó a la calle cuando tenía apenas once años. Me gritó que era una carga, que jamás debí haber nacido. Todavía recuerdo su mirada de desprecio mientras cerraba la puerta en mi cara con mis cosas en una bolsa de basura.
Mi padre biológico... ni siquiera merece ese título. Nunca me reconoció, nunca me buscó, nunca preguntó por mí. Yo solo era una consecuencia indeseada de una relación que él quiso olvidar. Nada más.
Fue la señora Mery, una mujer que no me conocía de nada, quien me recogió del sistema de adopción y me dio lo que ningún otro adulto me ofreció jamás: amor.
Y no, no es exageración.
Mery es... luz. Una persona dulce, compasiva, fuerte. Me enseñó a sonreír de nuevo, a confiar. Nunca me miró con lástima, nunca me trató como un proyecto de caridad. Desde el primer día, me llamó hija. Desde el primer día, me hizo sentir que valía algo.
Mery tiene dos hijos biológicos, gemelos de 24 años: Sila y Jhon Xui.
Sila es todo lo que yo no soy: dulce, ordenada, amable, brillante. Me trata como una hermana menor, siempre pendiente de mí, como si en su interior supiera cuánto necesito esa figura protectora.
Jhon, en cambio… es otra historia.
Desde que lo conocí, supe que había algo oscuro en él. Tenía una mirada fría, distante, como si el mundo entero le diera igual. Cuando tenía 14 años se fue a China con los abuelos adoptivos, y no supe más de él durante años. Lo que sí sé es que causó problemas aquí, allá y en todas partes. Pero eso... eso lo contaré más adelante.
Mi familia adoptiva es una mezcla de culturas: raíces asiáticas por parte de Mathew, el esposo de Mery, y sangre americana por parte de ella. Yo encajo en esa mezcla, al menos físicamente. Aunque, sinceramente, muchas veces no siento que encaje en nada.
Y aquí es donde aparece el señor Mathew.
No lo llamo padre. No puedo. Él me lo prohibió.
Mathew es el jefe de una poderosa organización mafiosa. Se mueve entre sombras, negocios turbios, amenazas y poder. Su sola presencia impone respeto y miedo.
Desde el primer momento me dejó claro que no me quería allí. Que era una carga, un error, una molestia que Mery había traído a casa por capricho. Y aunque no me echó, tampoco hizo nada por hacerme sentir parte de la familia. De hecho, solo me tolera porque Mery lo obligó a hacerlo.
Ella insistió en que yo tenía derecho a estudiar, a tener un futuro. Le exigió que me ayudara con la universidad, y él lo hizo... de mala gana. Lo mínimo. Ni una palabra amable, ni una sonrisa. Solo silencio, frialdad y desprecio.
¿Y saben por qué me odia tanto?
Porque mi madre biológica fue su ex pareja. Una relación enferma, obsesiva y peligrosa.
Ella le mintió durante años, le hizo creer que yo era su hija. Usó mi existencia como ancla para mantenerlo cerca. Cuando Mathew conoció a Mery y se enamoró de verdad, mi madre no lo soportó. Hizo lo imposible por separarlos, incluso llegó a lastimar a Mery física y emocionalmente. Pero Mery nunca habló mal de ella. Nunca me culpó por el pasado.
Mathew sí.
¿Y mi padre biológico?
Mejor siéntate, porque esto se pone peor.
Mi verdadero padre es un asesino, caníbal, drogadicto y psicópata. Actualmente está internado en un manicomio de máxima seguridad. ¿La razón? Intentó asesinar a Mery.
Sí. Así de retorcido.
Según él, estaba enamorado de ella. Y pensó que si la mataba, estaría con él para siempre.
Mery sobrevivió. Pero lleva una cicatriz en el abdomen que siempre cubre con vestidos largos. Nunca se queja. Nunca se lamenta. Solo sigue adelante, con una sonrisa firme en el rostro.
Así que sí.
Justo cuando pensaba que las cosas se habían calmado, que al menos podría terminar la universidad en paz, llegó una noticia que lo cambió todo:
Jhon Xui había regresado de China.
Y con él, la tormenta.
—No me digas que quieres un esclavo… —murmuro mientras paso mis manos por el rostro, conteniendo el asco y el enojo que me produce esta situación—. ¿O tal vez… una mascota?Cierro los ojos con fuerza al recordar esa escena grotesca. Aquella joven arrastrada como basura, los hombres riendo, brindando, golpeando a quienes llevaban collares con nombres. Algunos eran mujeres. Otros, incluso hombres. Todos rotos. Todos sometidos.Un frío me recorre la espalda.Una risa ronca y seca me saca de mis pensamientos. Sombra choca los dedos contra la mesa, divertido.—Qué chistosa eres, niña —comenta entre carcajadas, mientras se reclina en su silla de cuero negro, cruzando los brazos—. No quiero eso. No soy un salvaje. Un hombre como yo sería el ideal para cualquier mujer, ¿no crees?Lo miro en silencio. Él sonríe, satisfecho por su comentario.—Mi difunto padre jamás necesitó tomar a alguien por la fuerza —sigue hablando—. Eso se lo dejamos a los bárbaros que disfrutan ver el sufrimiento como un
Siento un fuerte dolor en la cabeza, una punzada punzante que atraviesa mis sienes como si alguien golpeara el interior de mi cráneo. El aire a mi alrededor es frío, huele a cuero, a humo y a madera vieja. Reacciono lentamente, parpadeando con fuerza hasta que mis ojos se adaptan a la tenue luz que entra por una gran ventana cubierta por cortinas pesadas. Me incorporo despacio sobre un sofá de terciopelo oscuro, al parecer de una oficina, y me llevo una mano al cabello despeinado, despejando mis pensamientos mientras me susurro a mí misma:—¿Amanecí acá?... —mi voz apenas es un hilo ronco— ¿Dónde demonios estoy?Paso mis manos por mi rostro, aún adormilada, hasta que escucho el sonido firme de unos zapatos lustrados entrando en la habitación. Me incorporo de golpe, y mi cuerpo entero se tensa cuando lo veo.Sombra entra rodeado de dos hombres corpulentos de traje negro. El silencio se instala entre nosotros como una presión en el pecho.Camina despacio, con una sonrisa apenas percepti
Muerdo mi labio suavemente, tragando saliva. Mis pasos se vuelven más lentos a medida que me acerco al lugar. Al llegar, una mezcla de luces tenues y sombras pesadas cubre el ambiente. Hay demasiada gente, demasiados ojos, demasiadas manos empuñando armas o sosteniendo copas. El humo del tabaco flota en el aire, mezclado con el olor fuerte del alcohol y del sudor. Miro con atención a mi alrededor. Veo a muchos hombres tomando trago, algunos riendo, otros negociando. Las paredes están tapizadas de cuadros oscuros, estatuas extrañas y vitrinas con armas.Lo que más me impacta es lo que hay entre ellos: mujeres con collares, como si fueran propiedad de alguien. Algunos hombres también llevan collares similares. Sus ojos vacíos lo dicen todo. Están siendo usados, manipulados, destruidos por dentro.Mis pies se detienen al ver una escena que quiebra lo poco que me queda de esperanza en la humanidad: un hombre corpulento golpea con fuerza brutal a una joven, dejándola tirada en el suelo. Su
Pasaron ocho horas.Ya casi todo estaba listo. Teníamos la cita a las 9:00 p.m. Caminé hacia el baño mirando el espejo mientras pasaba mis manos sobre el rostro para quitar todo el maquillaje que tapaba mis moretones. En ese instante, entra Sila con un vestido en una mano y una caja llena de maquillaje en la otra.—¿Qué haces, Sila?—pregunté, mirándola por el espejo.Sila sonrió.—Te voy a arreglar como toda una dama—. Tomó mis manos y negó con la cabeza al ver mis brazos. —Tienes los brazos llenos de moretones.Recorrió mi rostro con la mirada, pasando suavemente sus dedos por mis pómulos.—Mira lo que te hizo en tu bello rostro…—susurró, suspirando hondo. Me quitó la camisa con delicadeza. —Tranquila hermana, necesito ver si este vestido te sirve.Al quitar mi camisa, tapó su boca al ver los grandes moretones que tenía en los hombros y los brazos. Pasó su mano por mi espalda. Por suerte, solo había algunas marcas leves que se podían disimular con maquillaje.Suspiré mirando el espej
Me siento sobre la cama haciendo un gesto de dolor. "Me duele tanto el cuerpo..." Paso mis manos por el rostro, tratando de serenarme.—Sila, ve y busca a Sebastián. Yo me encargo de vestirme y maquillarme para tapar estos moretones. No quiero que me vea así —dije tomando el espejo sobre la mesa y deslizándolo hacia mí.Paso mis dedos por mi rostro, observando cada golpe, cada marca.—¿Cómo llegué a esto, Sila?Sila me mira con tristeza. Se acerca, pasa sus manos por mis pies con ternura.—Hermana... vamos a salir de esto —me dice sonriendo mientras se levanta—. Lo invitaré a almorzar, y allí le diremos que nos ayude —se toca la mejilla, pensativa—. Estoy enamorada de Sebastián... No sería capaz de pedirle que se meta en la boca del lobo. Soy una chica débil cuando se trata del amor...Dejo el espejo sobre la cama, soltando una risa suave.—Sila, eres una niña mimada —me burlo con cariño, sentándome—. Ve rápido, el tiempo pasa volando. Él necesita saber todo antes de que sea tarde.Si
Apoyo la cabeza sobre mis manos, cerrando los ojos con fuerza, como si pudiera borrar su rostro de mi mente, como si eso fuera suficiente para dejar de sentir el sabor metálico de la sangre, su risa, su asco, su voz.—Lo odio con mi alma, Sila —susurro, y mi voz tiembla mientras intento incorporarme—. Necesito ver al señor Mathew. Necesito hacer algo.Sila se apresura a detenerme, tomándome con firmeza de los hombros.—¿Estás loca? Si uno de los hombres que vigilan afuera le dice a mi hermano, él vendrá por ti. Y esta vez... no te dejará viva.Hace una pausa y me sonríe con ternura, como si pudiera protegerme con su afecto.—Papá está bien. Ayer lo operaron de emergencia... pero aún no despierta por la anestesia.En ese instante, la puerta se abre. Mamá entra con una sonrisa que apenas le cabe en el rostro, aunque sus ojos lucen cansados, como si llevaran semanas sin dormir.Mery:—Mis princesas… —susurra mientras se acerca a nosotras y nos envuelve en un abrazo cálido. Pasa sus manos
Último capítulo