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Capítulo 2: El día en que todo cambió

—¡Riiiiing!

El sonido del timbre retumbó por todo el edificio, marcando el final de la clase. Al fin. Todos los estudiantes comenzaron a guardar sus cosas con rapidez, algunos conversando, otros revisando sus celulares. Parecía que todos estaban libres... menos yo.

Mi cabeza seguía apoyada sobre el libro abierto, tratando de fingir que no había pasado lo que, claramente, había pasado.

—Bueno, estudiantes —dijo el profesor con su voz forzada de autoridad fingida—. Así damos por finalizada la clase del día de hoy. Les agradecería si pueden entregar la actividad antes de la fecha acordada.

Traté de moverme con sutileza, como si fuera una más entre todos los que se preparaban para salir. Pero no funcionó. Lo sentí. Esa mirada. Esa punzada de atención directa y molesta.

—¡Señorita Katherine!

Me tensé.

—¿¡Otra vez se ha quedado dormida en mi clase!?

Parpadeé varias veces, intentando parecer inocente, mientras lo miraba con una leve sonrisa. Quizás, solo quizás, me salvaba.

—No, maestro —respondí con voz suave—. Solo cerré los ojos un momento... tenía una basurita.

Él me señaló con fuerza, visiblemente irritado.

—¡A la dirección, ahora mismo!

Suspiré y recogí mis cosas sin decir nada más. Otra vez a la oficina del director. Ya era casi rutina. Aunque odiaba admitirlo, hasta me sabía el camino de memoria.

🕒 4:44 p.m. – Dirección del instituto

—Katherine, sinceramente —empezó el director con una mezcla de agotamiento y frustración—, ¿por qué siempre terminas aquí?

Me senté sin ganas, cruzando los brazos.

—No es mi culpa —repliqué con tono seco—. El problema es el profesor. Él siempre me busca excusas.

El director me miró con escepticismo, como si ya conociera mi libreto.

—No creo que el profesor Adxel esté obsesionado contigo, si es lo que insinúas.

Lo miré, tratando de contener mi fastidio.

—No lo está. Solo me tiene manía. En serio, pregúntele a cualquiera. No soy la única que lo nota.

En ese momento, la puerta se abrió sin que nadie tocara.

—Buenas tardes, señor director —dijo una voz dulce y firme.

Era Mery, mi madre adoptiva. Entró elegante como siempre, con un perfume suave que se colaba sutilmente en el ambiente, pero con ese aire de calidez que la hacía única.

—Vine tan pronto como pude —añadió, acercándose con una sonrisa—. ¿Qué ocurrió esta vez con mi niña?

—Gracias por venir, señora Mery —dijo el director, algo más amable de inmediato—. Llamé para hablar sobre el comportamiento de Katherine. Por favor, tome asiento.

Mery me pasó la mano por el cabello con cariño y me miró con ternura.

—¿Qué pasó ahora, princesa?

—Lo mismo —murmuré con fastidio—. Ese profesor otra vez.

El director negó con la cabeza.

—Su hija ha mostrado un patrón repetitivo de desinterés, falta de respeto y...

—Un momento —lo interrumpió Mery con suavidad, aunque su mirada era firme—. ¿Está diciendo que mi hija es el problema?

El silencio se hizo incómodo. El director tragó saliva.

—No... no quise decirlo así.

—Pagamos una matrícula bastante alta —dijo ella con calma—, y esperábamos respeto, no prejuicios. ¿Sabe lo que ha vivido mi hija? ¿De dónde viene? Porque si la juzga sin entender su historia, entonces sí, tenemos un problema, pero no con Katherine.

Un nudo se formó en mi garganta. Mery siempre me defendía con esa fuerza tranquila. Era como si pudiera enfrentarse al mundo entero sin levantar la voz, pero dejando huella en cada palabra.

Pasaron varias horas.

La conversación se fue tornando menos tensa. Como siempre, mi madre supo cómo manejar la situación. Al final, incluso el director terminó riendo con ella. Increíble.

—Mi mamá es tan encantadora que hasta enojada le cae bien a todos —murmuré en voz baja, saliendo con ella del despacho—. En cambio, yo me esfuerzo por ser buena... y todos me odian.

El director salió con nosotras a la puerta.

—Señora Mery, le agradezco su tiempo. Haremos seguimiento al comportamiento del profesor Adxel.

—Gracias, director —dijo ella, tomando mi mano—. Que tenga una buena tarde.

Al alejarnos, la miré con preocupación.

—Si papá te ve riéndote con el director, nos mata a los dos. A ti primero por coquetear... y a mí por estar presente.

Ella soltó una risa natural.

—¿Y quién le va a contar a tu papá, eh?

Justo en ese instante, Sila, mi hermana, apareció corriendo por el pasillo.

—¡Ahí está mi mamá hermosa y sexy! —gritó divertida mientras se colgaba de su cuello en un abrazo—. ¡Hola, hermanita!

—Mi mamá vino a salvarme de nuevo —respondí, rodando los ojos.

Sila revisó su celular, que vibraba con fuerza.

—Mamá, creo que papá te está buscando.

—Ya sabe que no estoy en casa —resopló Mery, rodando los ojos con una sonrisa—. ¡Hijas! Me tengo que ir. Hay miles de cosas por hacer en casa. ¡Jhon llega hoy!

—¿Jhon? —pregunté, sorprendida.

—¡Sí! —respondió Mery con emoción—. ¡Llega esta noche! Debo preparar su habitación, la cena... todo.

Nos abrazó a las dos y se fue apurada, pero no sin antes repetir:

—No lleguen tarde, ¿sí, mis princesas?

—Sí, mamá —respondimos en coro.

Cuando Mery se perdió entre la multitud de padres y alumnos, Sila me tomó del brazo.

—Hoy viene Zhaid por mí. Dime cómo me veo.

—Casi no me gusta para ti —resoplé, observando su maquillaje.

—Yo lo amo desde niña —respondió convencida—. Y es el mejor amigo de nuestro hermano Jhon. ¡Perfecto!

—Sila… él es de otra cultura. Viene de una familia musulmana muy tradicional. Sabes que eso complica muchas cosas.

—Papá es asiático. Mamá no lo es —respondió mientras me acariciaba el cabello—. ¿Eso impidió su amor? Yo realmente amo a Zhaid con todo mi corazón.

Solté el aire en un suspiro largo.

—Solo no quiero que salgas herida.

—Lo sé —me dijo sonriendo—. Pero a veces, vale la pena arriesgarse por amor.

Sila sacó su celular y buscó algo. Me lo mostró con orgullo.

—Mira, hermana… aquí está. Nuestro hermanito. ¿No es guapo?

En la pantalla había una foto reciente de Jhon Xui. Vestía de negro, serio, con esa expresión intensa que siempre lo acompañó desde niño. Pero ahora... era un hombre.

Alto. Fuerte. Distante.

Casi como una sombra que vuelve para removerlo todo.

Me quedé mirando la imagen sin decir una palabra.

Después de diez años, ¿cómo será volver a mirarlo a los ojos?

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