Capitulo 5 : sálvame

Casi una hora después, al salir de la mansión...

Salgo como si me escapara de una pesadilla. El aire de afuera no es más limpio, pero al menos no huele a encierro. Camino con pasos torpes, impulsivos, hasta que siento una mano fría tomarme con fuerza por la muñeca.

—¿Por qué tan agresiva? —me dice con su voz envuelta en una falsa calma. Su mirada parece buscar algo en mí, una grieta por donde volver a entrar.

Me suelto con brusquedad, clavando los ojos en los suyos como cuchillas afiladas.

—¿Haces esa pregunta tan estúpida? —respiro profundo, conteniéndome—. No entiendes que quiero irme sola, Jhon.

—Tú no vas a hacer eso —niega, sonriendo como si todo fuera una broma pesada—. Perfectamente sabes lo que dijo mi padre. No creo que seas tan cruel como para desobedecer sus órdenes.

—¿Órdenes? —digo entre dientes, apretando los puños. Cada palabra suya me revuelve el estómago—. No soy un objeto, ni una ficha en tu juego. No soy parte de tu puto plan.

Me doy media vuelta y empiezo a caminar por la carretera. Mis pasos rápidos, el pecho ardiendo, las lágrimas ahí, al borde del colapso. Nadie me sigue. Por primera vez en días, estoy sola. Respiro. Pero el aire sigue oliendo a él. A control. A encierro.

—¿Cómo puede ser tan estúpido alguien en este mundo? —susurro, sintiendo que las palabras se me queman en la boca.

No pasa un minuto cuando escucho el motor de su carro. Lo veo acercarse a toda velocidad. Se atraviesa justo delante de mí, bloqueándome el paso. Se baja sin prisa, como si tuviera todo bajo control.

—¿Desde cuándo crees que puedes hacer lo que quieras? —dice con un tono paternal, como si me estuviera educando.

Golpeo el suelo con la punta de los zapatos, con rabia. Cruzo los brazos y grito con todas mis fuerzas:

—¡Ahhh! ¿Por qué me jodes tanto, Jhon? —Lo miro con el ceño fruncido, la rabia brotando de mis ojos como fuego—. ¿De verdad crees que actuando como un maldito estúpido obsesivo vas a lograr que me aleje de la familia?

Él ríe. Ríe como si nada tuviera sentido, como si mis palabras fueran un juego.

—¿Qué m****a hablas?

—¡No te hagas! —le grito, avanzando hasta él. Lo tomo de la chaqueta con violencia—. Tu plan siempre ha sido que me echen de esta casa. Tú nunca me has querido aquí. Desde que volviste solo has buscado destruirme. ¿Quieres guerra, Jhon? Entonces prepárate. Porque si actúas como un loco, créeme que no has visto nada de mí.

Sus ojos recorren mi rostro con una calma repugnante. Como si disfrutara verme en ese estado. Como si cada palabra de odio que le lanzo lo excitara.

—Eres hermosa cuando te enfadas —dice, tomando mi mano que aún sujetaba su chaqueta—. Yo te quiero para mí. ¿Por qué haría eso?

—¡No te atrevas! —lo empujo con fuerza, apartándolo de mí—. ¿Crees que voy a caer en ese jueguito tuyo, imbécil? —suelto una carcajada amarga—. Es mejor que pienses en otra estrategia. Y escúchame bien: si vuelves a entrar a mi cuarto, te juro que te cuelgo de tus bolas, estúpido.

Corro hacia su auto, lo arranco con fuerza, y sin pensarlo dos veces, acelero. Lo veo por el retrovisor, parado en medio del camino, todavía con esa maldita sonrisa. Mientras me alejo, siento un nudo amargo en la garganta, pero también una chispa de poder. Por primera vez en días, decido algo por mí.

—No necesito que cuiden de mí —susurro con voz firme—. No más.

El camino es angosto, pero la velocidad me da un vértigo liberador. Siento cómo el aire entra en mis pulmones como si me los devolvieran. Pero por dentro sigo temblando.

Mis manos en el volante, sudorosas. Mi corazón a punto de estallar. Tengo que salir de su alcance. Tengo que hacer algo. No puedo seguir ahí. No puedo seguir siendo la víctima silenciosa.

Tomo una curva con fuerza. Me detengo en una estación de gasolina. Entro al baño, me miro en el espejo. Mi rostro está desencajado, mis ojos llenos de fuego y sombra.

—¿Qué vas a hacer ahora, Katherine? —me pregunto en voz alta—. ¿A dónde vas a ir?

Me mojo la cara. No puedo volver a casa. No ahora. Tal vez nunca. Jhon se ha convertido en una sombra que me sigue, que respira mi aire, que me atrapa hasta sin tocarme.

Tomo mi celular. Dudo. Pero escribo.

Mensaje a Sebastián:

Necesito verte. Ahora. No me preguntes por qué. Solo dime dónde estás.

Lo envío con las manos temblorosas. Espero. El silencio se siente eterno. Hasta que vibra.

Estoy en la casa vieja de mi abuela, la que está detrás del molino viejo. ¿Estás bien?

Cierro los ojos. No sé si estoy bien. Pero sí sé que necesito salir de aquí. Necesito hablar con alguien que no me vea como una posesión. Necesito un refugio, aunque sea por u

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